
La suave voz de un ángel acarició el fino oído de Agustín. Agustín se estremeció y de un impulso se sentó al borde de la cama. Se tomó la cabeza, a la altura de la sien, y caviló por largo… ¿Era un sueño o sólo una cara ilusión?... ¿Qué había sucedido? ¿Qué había visto? ¿Era un mensaje o tal vez una revelación?... Tomó su ropa, presuroso se vistió y salió. Visitó muchos lugares, tocó puertas, repartió abrazos y hasta cálidas lágrimas resbalaron por sus mejías…
Era el año de 1900 cuando dejaba a su querida Loja. Dejó su patria, dejó su familia, dejó a sus amigos: dejó todo por un bendito sueño. Era un país extraño al cual venía, pero su noble corazón estaba dispuesto a conquistar el mundo y llegó a la tierra del sol trayendo sus ilusiones, y lleno de fe peregrinó por los pueblitos de San Francisco de la Nueva Esperanza para hacer realidad la obra encomendada. Visitó La Huaca, Tamarindo, El Arenal, Amotape y y su sueño no encontraba la tierra fecunda para nacer, hasta que un día la providencia divina guió sus pasos a las legendarias tierras del cacique Kolac. Su corazón se llenó de regocijo al descubrir el profundo amor cristiano profesado por aquellos humildes moradores que le abrieron los brazos y lo cobijaron en esta “hospitalaria tierra” y su alegría fue total al descubrir el pequeño adoratorio donde aquellos campesinos asistían para rendir culto al Padre de padres, al que todo lo puede: Al señor de los imposibles, y su corazón le dijo:
—¡Agustín, aquí harás realidad la gran obra!.
Aquel extranjero se convirtió en el mensajero divino de aquellas ovejas, que por largos años, estaban sin pastor que guíe, sus pasos, por los arcanos caminos de la fe cristiana. Llenos de fe, llenos entusiasmo echaron a andar aquel anuncio divino.
Hombres y mujeres; adultos y niños trabajaban como hormigas, día y noche, cargando sobre sus hombros, cargando sobre acémilas: barro y paja, peñas y cañas y el Maestro bendito guiaba la obra y de vez en vez se escuchaban sus estimulantes palabras:
— ¡Ánimo, hermanos! ¡Muy bien, muy bien! ¡Ya mismo! ¡Descansemos un rato!
Y su voz angelical dejaba escuchar una hermosa canción que era seguida por todos. Y sus dulces labios contaban un chiste que arrancaba estruendosas carcajadas. Y su voz de clérigo pronunciaba una oración, la prédica del evangelio o explicaba los misterios del cielo. Aquella voz melodiosa aliviaba el cansancio de tan arduo trabajo. Y llegó a su fin la gran obra y los corazones palpitaron de gozo y revosando de felicidad, aquellos obreros elegidos por la mano divina se estrecharon en fuertes abrazos: Agustín había hecho realidad su ansiado sueño, había realizado el mensaje divino que escuchó de los celestiales labios de un ángel.
¿Había concluidos la gran obra?... Tal vez sí o tal vez no, pero el hilo de un nuevo enigma comenzó a destejerse con la llegada de forasteros de la lejana Italia o tal vez de otro país o del mismo coro celestial, pero sí, eran la reencarnación de Miguel Ángel y plasmaron su hermoso arte en la bóveda de aqu

ella obra. Allí están imponentes: el Cristo Rey, la Ascensión de la Virgen, La Descensión de la Cruz, La Resurrección de Cristo… monumental iconografía mural que bautizó, a la obra de Agustín y su pueblo, como “Pequeña Sixtina” de la costa peruana. En el corazón de Agustín ya no cabía más la felicidad. Exhorto contemplaba aquella maravillosa obra producto de tanto sacrificio y esfuerzo, producto del esfuerzo de aquel pueblo lleno de fe y ansioso del conocimiento divino, producto de la poderosa mano de aquel “Guía humano”. Lleno de tanta admiración se sentó y guió su mirada hacia el altar mayor, que aún estaba vacío ¿Qué imagen iría allí? ¿Quién presidiría el templo?... su mente viajó por lugares inhóspitos, recónditos, imposibles, misteriosos. El alma abandonó el cuerpo, subió al cielo, llegó al paraíso: ¡Oh, qué hermosas escenas! ¡Qué espléndido! El reino de la paz se filtraba por cada poro, el aire emanaba la fragancia del amor, de la piedad, de la bondad…
Una trompeta celestial entonó un himno empíreo, maravilloso, perfecto y las imágenes de la bóveda cobraron vida y comenzaron a flotar en las densas nubes. Los ángeles de torneados cuerpos agitaron sus hermosas alas y entre ellos apareció la más bella de las madres; purísima, inmaculada: María la madre de Jesús y extendió sus manos y su mirada de madre amorosa se fijó en el centro de aquel cielo ficticio en donde flameaba una tenue llama que poco a poco se hizo intensa y bailoteaba al ritmo del aire y entre aquellas flamas alegres y risueñas fue apareciendo la enigmática figura del Cristo Rey, y triunfante salió de la fuente de la vida y voló hacia el altar mayor.
—¡Agustín, Agustín!— aquella voz encantadora, dulce, mística, célica resonó en aquel recinto novel.
Aquella mente fugaz salió de los enmarañados hilos de la imaginación y del misticismo. Agustín despertó del sueño imaginario y posó su vista en aquel maravilloso ser, que bajaba del altar mayor y se dirigía a él a paso lento: Era Jesús cuyos cabellos ondulados caían sobre sus hombros y avanzaba con las manos extendidas mostrando aquellos orificios de clavos que lo torturan en la cruz. Su divino rostros resplandecía de pureza, inocencia y de infinita bondad. Sus ojos claros brillaban dejando escapar los rayos de la verdad, de la justicia. Su barba virgen daba a su rostro el respeto de todo padre, bien amado por sus hijos.
— Mira mi pecho abierto— dijo el Nazareno y con su dedo índice señaló aquel palpitante corazón sufriente, sangrante por la corona de espinas que lo herían en lo más profundo y emitía una flama rojiamarilla donde aparecía triunfante la cruz del martirio y del perdón de los pecados. — Este es mi corazón, mi amor, la vida del alma que ofrendo a mi pueblo, a mis hijos que han construido este hermoso recinto de oración a mi Padre. Sé mi voluntad, sé mi mensajero…
La trompera del misterio dejó fluir su enigmática armonía y las imágenes desaparecieron del cielo mágico y ocuparon su lugar primigenio en los murales de la bóveda del templo… Agustín, Agustín estaba fascinado, extasiado, sorprendido…
El 24 de junio de 1911, el mensaje divino se había hecho realidad. Los cohetes alegraron la mañana, la población se vistió de gala, la banda de músicos recorría las calles y tocaba sus mejores melodías, el pueblo lleno de fe y fervor religioso asistía a la inauguración de la maravillosa obra: la Pequeña Sixtina de la costa peruana, y por primera vez festejó la fiesta de su santo Patrón Sagrado Corazón de Jesús, hermosa escultura traída de España… Aquel mensaje divino se había hecho realidad, el enigma se había develado y Fray Agustín María Godoy fue el elegido.