lunes, 18 de octubre de 2010

EL MUERTO NO ASUSTA”


Como de costumbre, Lucho tomó la alforja y la linterna a kerosene y montó sobre su fiel piajeno. Eran las 11 de la noche cuando se internó por el oscuro callejón que conduce a las chacras. De los chopes salía el chirriante grito de los grillos, que mezclábanse con el croar de los sapos y graznido de las aves nocturnas. Así desplasábase con su fiel amigo, que con sus grandotes ojos tanteaba la negra oscuridad, sorteando los altibajos, del camino.

Allá, en la Playa, de la hacienda “Chuyma”, el agua discurría por las angostan acequias desembocando en las posturas de las pozas de algodón. Allí estaban Juan y Pedro metiéndose en el agua, poniendo palos y basura, tapando y abriendo posturas y por ratos se paraban y contemplaban las grandes extensiones de terrenos y el serpenteante dique que atraviesa la hacienda rumbo a “Puerto Pizarro”. De pronto Pedro exclamó.

—¡Mira, Juan, aquella luz!.
—¡Ay, Dios mío! ¿ Qué será?—Sorprendido, respondió Juan.
— ¡Se apaga y se prende!...

Efectivamente, a lo lejos veíase una luz que, de rato en rato, se apagaba y prendía y, poco a poco, avanzaba haciéndose visible cada vez más. De pronto los asustados regadores vieron que se acercaba un bulto blanco que se agrandaba y se achicaba y ya cerca pudieron distinguir la blancura de su cuerpo y llenos de miedo emitieron un grito de terror.

—¡El muertoooo! ¡El muertoooo! ....

Invadidos por el pánico, corrieron despavoridamente, olvidando sus herramientas de trabajo. En su correr desesperado, resbalaban y caían en las frías aguas de las acequias y de las pozas de algodón. Sus cuerpos enlodados temblaban de frío y de miedo. De rato en rato, miraban hacia atrás y veían al muerto que los seguía, los silbaba y los llamaba por su nombre. Así, entre tumbos y tumbos pudieron llegar al pueblo donde sus maltrechos cuerpos cayeron, como trapos, desmayados de terror.

Al siguiente día, los moradores comentaban que el muerto se había aparecido a Pedro y Juan y que se los había querido llevar. Decían que ese muerto era un condenado, que para conseguir su perdón salía por las noches a recorrer los campos de “Chuyma” en busca de almas, pues había matado a su padre y había vivido con su comadre; por eso que salía por aquellos campos aullando como lobo en noche de luna llena.

Llegó el domingo y, como de costumbre, los campesinos disfrutaban de la rica chicha de jora en casa de la “Colana”. Entre ellos, estaban Juan y Pedro contando sorprendidos lo que les había sucedido. Cuando de pronto una estruendosa carcajada interrumpió la narración.

—¡Qué cojudos son!— Dijo Lucho— Así que el muerto los asustó: ¡Zonzos! – Increpó sarcásticamente.-- ¡No sean tontos! “El muerto no asusta, sino los vivos”—y volvió a reírse a grandes carcajadas —El muerto que los asustó fui yo. Pedro y Juan se Miraron desconcertados. —¡Sí, Sí, fui yo!—Repitió— Yo todas las noches, a esa hora, voy a cuidar mi margarita, y para alumbrar el camino llevo mi linterna y me arropo con una sábana blanca para protegerme del frío y de los zancudos y como el camino tiene subidas y bajadas parecía que yo me agrandaba y achicaba; y la luz, se apagaba y encendía. Y ustedes como cojudos corrían de miedo. Yo los silbaba, los llamaba y ustedes más corrían.-- y volvió a reírse burlonamente de sus amigos y recalcó irónicamente.-- ¡El muerto no asusta!...

domingo, 19 de septiembre de 2010

NADA

Soy una máquina encantada
Que emite mensajes incoherentes,
Soy un mar de confusiones
En los líos de este mundo.

Soy el abismo,
Soy la oscuridad;
La altura y la profundidad;
Soy el todo
Y soy la nada.


Y cuando me pregunto
¿Quién soy!
Entonces me doy cuenta
Que soy, soy…
NADA.

lunes, 23 de agosto de 2010

AMARGA EXPERIENCIA

AMARGA EXPERIENCIA
(CUENTO)

Aún recuerdo aquella amarga experiencia que viví y que me hizo reflexionar de ¿Por qué existen tantos Pacos Moncayos en el mundo, que siembran odio en el alma del humano. Que crean fronteras imaginarias. Que luchan por riquezas para unos cuantos?: Y el pueblo, y el mundo, y la hermandad: ¿Qué?...

--¡Tu cédula! – Me dijo enérgico un suboficial, cuando estaba en el Ecuador comprando mercadería.

--¡No tengo!- le respondí—Tengo Libreta Electoral- Eso bastó para que me acusaran de espía.

--¡Arrodíllate carajo!-- Exclamó un soldado, mientras con su Fal me propinaba un culatazo en la espalda. Me dobló los brazos hacia atrás. Me esposó. Me colocó un costalillo en la cabeza, a modo de venda. Y me sacaron a empellones rumbo al cuartel de Arenillas.

Allí, había otros cinco peruanos más. Eran las doce de la noche cuando me arrojaron a un camarote. Allí empezó mi Vía Crusis. Fuertes puños se estrellaban en la boca de mi estómago, en el hígado, en las orejas. Caía al suelo y me levantaban de un tirón de pelos.

--¡Cacarea, Gallina, de mierda!— Decían furiosos los soldados-- ¿Eres espía? ¿Qué haces acá en nuestro país?— Dos de ellos se subían sobre la barriga de alguno de nosotros y empezaban a saltar-- ¿Dónde están las armas y cuarteles del Perú?—Preguntaban y volvían a saltar sobre nuestros estómagos hasta dejarnos sin aliento, hasta desfallecer. De vez en cuando nos rociaban Sprite por la nariz que nos quemaba profundamente.

Era de madrugada cuando nos condujeron a una chacra, e hicieron calatear a uno de mis compañeros y lo tiraron de cabeza a un fango.

--¡Vas a morir, de aquí no sales, Gallina maldita!— Le decía, mientras le propinaban duros golpes en diferentes partes del cuerpo.--¡Ven!—nos decían-- ¡Así va a morir ustedes, sino cuenta lo que saben!—Pero no teníamos nada que contar...

Al amanecer nos llevaron al cuartel y me tocó el turno. Mi cuerpo se estremecía al recibir el fluido eléctrico. Sentía que enormes agujas taladraban mi cuerpo y millones de hormigas circulaban por mis venas. Me llenaban de preguntas. Respondía mentiras para librarme de tan cruel tortura. Por la tarde me llevaron a la chacra, me colocaron grilletes en los tobillos y me arrojaron al barro. Allí estuve, sin probar alimento, entre el lodo frío y las implacables picaduras de los zancudos. Al siguiente día, por la mañana, llegó la patrulla de soldados y el capitán al mando exclamó:

--¡Ya escarmentaste! ¡Cuenta lo que sabes!—Y al no recibir respuesta que satisfaga su inquietud, volvió a masacrarme. Cansados de su infructuosa empresa, me llevaron de regreso y por primera vez me sacaron la venda y me hicieron bañar. Luego me llevaron al despacho del Comandante para firma la devolución de mis pertenencias.

Nos subieron a una camioneta a sólo tres peruanos y nos iban dejando en diferentes lugares, cada cinco minutos. A mí me dejaron cerca de la comisaría de Huaquillas. Caminé hacia el Puente Internacional y me di cuenta que estaba resguardado por varios soldados ecuatorianos. De miedo regresé en busca de un hotel.

Eran las 2:30 de la mañana y ningún hotel me aceptada, a pesar que les ofrecía el doble de Sucres. Pues habían dado orden de no alojar a ningún peruano. Desesperado deambulé por las calles hasta que la providencia puso en mi camino a un hermano, a un ecuatoriano, a un hombre justo, que su solidaridad no tiene fronteras: Era don Jesús, anciano de 74 años, que me abrió las puertas de su corazón y las puertas de su humilde hogar.

--¡Entra, hijo! – Me dijo. Me dio de comer y me brindó su hospitalidad, sólo por esa madrugada.

El sonido de las sirenas me despertó. Eran las cuatro de la mañana. Los militares habían ordenado a todos los ecuatorianos salir a la puerta para una revisión, sin duda en busca de peruanos.

--¡Ándate, sino me acusan de traidor!—me dijo don Jesús. Salí corriendo en dirección al Puente Internacional. Desesperado me tiré al agua y nadé con desesperación y logré cruzar el canal. Corrí como una flecha hasta llegar a la comisaría de Aguas verdes. A las cinco de la mañana estaba rumbo a Tumbes. Atrás había dejado una amarga experiencia llena de terror...

Un grito se escucha a lo lejos: es el mundo que gime, que llora, que se tuerce de dolor, que clava sus uñas en la tierra pidiendo hermandad; pidiendo que hayan más “Jesús”, pidiendo que se borren de la tierra las ideas “Pacomontayescas” y que todos los hombres del planeta vivamos en unidad...

miércoles, 28 de julio de 2010

FELIZ DÍA PERÚ

Este 28 de julio en que celebramos el 189 aniversario de nuestra independencia nacional, debemos recordar que El amor al Perú debe expresarse de lo más hondo del corazón: De ese corazón que palpita, que vibra y se estremece cuando siente el amor inmenso por nuestro terruño, de nuestro suelo, de nuestra patria; “MADRE BENDITA”, que incubó en los corazones de nuestros antepasados el valor, el pundonor y el ideal libertario: Héroes conocidos y anónimos que con su sangre tiñeron de rojo nuestro suelo patrio. Este noble ejemplo debe ser la guía que enrumbe nuestras vidas, para que nuestro querido PERÚ sean un país, grande y próspero, que nos lleve al bien común y una convivencia en armonía, paz y justicia.

¡ Feliz día pueblo Peruano!
¡Feliz día PERÚ!

sábado, 17 de julio de 2010

EL HERMANO QUE SE CONVIRTIÓ

Parece que fue hoy cuando, en el umbral de mi puerta, apareció la esbelta figura del hermano Simón. Su cara de pellejo de zapote contradecía al elegante traje que vestía. “ ¡Qué borráu era el bandido! ¡Qué borráu!”. Vestía elegante con el cuello tiesito y la lengua de vaca que adornaba su pecho. ¡Carajo!— me dije— este borráu parece “evangelio”. Capaz viene a joder la paciencia.
—¡ Buenos días, hermano!— me dijo— Soy Simón Cruz de la ciudad de Talara.

Me dio la mano y sentí un friíto recorrer mi cuerpo. La suavidad de su mano me hizo soñar con una chinita venida de Lima. Era hermosa, de suaves manos que no se comparan con las manos hacheras de mi Jacinta.

—¿Es, usted, el señor Amancio?— esta pregunta desdibujó mi recuerdo.
— Sí, soy yo— le respondí— ¿qué se le ofrece?
— Samuel, su hijo, me envía a pasar unos días en su casa. Sabe, estoy de vacaciones y quisiera disfrutarlas en este pueblo que tiene un hermoso paisaje.
—¡Gua! ¿De vacaciones? Y ¡a mí qué me importa!— me dije— ¡Qué se habrá creído mi hijo! ¿Acaso, este hombre está acostumbráu a comer pescáu, yucas, a saborear la rica blanquita y dormir en tarimas de palo? ¡Qué descarado mi hijo! En qué lío me ha metido.

El hermano Simón rompió las costumbres de mi casa. Pa’ todo rezaba. A la hora de comer me hacía arder de rabia, pues tenía que escuchar un largo sermón: “Dios quiere esto, quiere lo otro... No se debe bailar porque los que bailan son diablos y los que toman chicha son coches”. ¡Qué cholo pa’ cojudo! ¿Cómo dejar mi chicha que me da fuerzas para hacer bailar mi lampita? ¡Ah! Y sobre todo pa’ ser cumplidor con mi china y cuajarle churres machazos. ¡Cómo no arder de rabia, cuando la invasión llegó a mi repisa?. Allí estaba mi Cautivito milagroso, mi Mechita, mi Fray Negrito y mi Patroncito del pueblo, Sagrado Corazón de Jesús, protector de nuestras chacritas.

—¡Qué es esto!— exclamó furioso el hermano— ¿No saben que estos son ídolos? ¡Saquen esto de aquí, antes que los rompa! ¡Arrójenlos a la basura! ¡Sólo debemos creer en Dios! ¡Nada más en Él!

Mi mujer, que complacía en todo al metiche, asustada cogió todos los santitos y los fue a botar al basural, ubicado a pocos metros de mi casa. Yo estaba dolido y mi china también. Pero, no nos resignamos a perderlos. En la madrugada, sin hacer ruido, me levanté y fui al basural. Allí estaban todavía, entre la basura. Los recogí, los apreté fuertemente contra mi pecho, los besé y lloré desfogando mi rabia. Volví a casa y los oculté cuidadosamente en mi cuarto: ¿Cómo iba a dejar en esa asquerosa basura a mis Santitos? ¿Cómo?...
Con el transcurrir del tiempo, por la actitud del hermano Simón, descubrí que era “Evangelista”; pues le había dicho a mi hijo: “No te preocupes, Samuel, yo rescataré a tu padre de la vida mundana que lleva, le expulsaré ese demonio borracho que tiene. ¡Yo lo convertiré!, Pues he vuelto a muchas ovejas descarriadas al camino del señor”. Sí ese era el fin que lo había traído y me conjudió que había venido de vacaciones. Desde ese momento me dije:

—¿Amancio, eres feliz con tus costumbres? ¿Eres feliz con tus creencias?
—¡Sí! Claro que sí, me siento feliz.
—Acaso con ellas ¿ofendes a tu Dios?
—¡No! De ninguna manera.
—Entonces ¿permitirás que ese borráu se salga con su gusto?
—¡Qué! ¡Eso nunca! Vamos a ver quién puede más...

Así comenzó nuestra disputa. La chacra fue el primer escenario de nuestras batallas, pues el hermano gustaba acompañarme. Pobre Simón; el “cabo” de la lampa hizo brotar de sus manos de hembra grandes ampollas, que reventaban produciéndole fuerte ardor. Pobre, no conocía el secreto de echarse saliva en las manos para no ampollarse. El sol colaneño, también, jugó un importante papel; sus ardientes rayos nos hacían sudar a chorros y secaba nuestras gargantas, produciéndonos una insaciable sed. Simón, con la mano, limpiámbase el sudor de la frente y me miraba de reojo queriéndome decir “Tengo sed”, pero no se atrevía. ¡Qué cholo pa’ terco! Prefería aguantar la sed, en vez de tomar la espumosa chichita que siempre llevaba en mi fiel calabazo. ¡Quería agua el muy...! Pero, yo, por joderlo; nunca llevaba agua a la chacra. Un día simulé ir a echar pasto a mi burrito, el hermano Simón miró a todos lados, dejó parada la lampa y fue hacia la alforja. Presuroso sacó el calabazo, lo levantó y le dio un largo sorbo. Muchos días hizo lo mismo. ¡Cómo se saboreaba el muy bandido! Hasta que un día me presenté ante él. Se sorprendió. Presuroso, con su mano, trató de borrar el bigote blanco que había sobre sus labios y me miró asustado.

—No se preocupe, hermano— le dije— siga nomás ¿Está rica verdad?— Simón sonrió y moviendo afirmativamente la cabeza reconoció que la chicha era sabrosa.
Un día asistimos a un matrimonio. Simón, el hermano, vestía elegante como el primer día en que llegó a mi casa.

—¡Qué viva los novios!— decían los invitados.

El novio se pavoneaba bailando con su linda cholita. Así, comenzó la fiesta: Los novios bailaron con toda su descendencia el tradicional “Danubio Azul”; luego vivieron las fotos, vino el brindis y se armó la jarana...

— Salud por los novios— se escuchaba decir.
Los potos de chicha pasaban de mano en mano haciendo entrar en calor a todos los invitados, que ya picaditos salían a bailar... Así entre tragos y baile transcurrió la fiesta.
A las 5 de la mañana del siguiente día, tocaron a mi puerta. Desperté asustado, miré a todos lados y me di cuenta que estaba en mi cuarto. No recordaba nada. Me levanté presuroso. Abrí la puerta.

— ¡Buenos días de Dios, don Amancio!— me saludó el ayudante del carro que va a Talara.
— ¡Buenos días!— le respondí.
— Don Amancio, ¿aquél hombre que está allá, no es el hermano Simón?— señaló, el ayudante, hacia la vereda en donde dormía un hombre. Corrí hacia allá. Grande fue mi sorpresa cuando descubrí que era el hermano Simón; roncaba fuerte “¡Dios mío, parecía un tractor!”. Trate de despertarlo, pero me fue imposible. El hermano Simón estaba borracho. Su ropa estaba chorreaba de chicha y su lengua de vaca ya no estaba en su lugar; se la habían robado. Miré al hermano de pies a cabeza y no pude contener la risa y me dije: “ ¡Ah, hermano! ¿Cómo decías que los que toman chicha son coches... y los que bailan son diablos?”... Todavía con la sonrisa entre los labios, miré al ayudante y le dije:
— Si ves a mi hijo Samuel, dile que me mande otro hermano, pero de esos que paren fuerte...

domingo, 9 de mayo de 2010

A las Madres del Mundo

A todas la madres del mundo, muchas felicidades en este día. ¡Gracias, madrecitas! por habernos dado la vida! ¡Gracias por habernos criado!¡Gracias por ser tan compresivas y de dar su preciada vida en moldearnos y hacernos personas de bien.¡Perdón por no comprenderlas, cuando nos reprenden para nuestro bien! ¡Perdón por no reconocer su sacrificio!¡perdón por no reconocer, su valía, cuando está en vida y recién lo hacemos cuando ya no están con nosotros! ¡Gracias madres del mundo, por ese bendito oficio de ser madres!

Gracias, Dios mío, por habernos dado un ser maravilloso que es el ángel guardián y protector de nuestros días. Béndicelas y dazle valor para enfrentar los sinsabores de este viejo mundo..

SUFRIMIENTO DE LAS MADRES DEL MUNDO

Hoy el cielo ha llorado,
ha llorado amargas gotas de agua
de ver angustia
en el sufrido rostro de una madre.

Ha llorado, sí, ha llorado.
Ha llorado de ver a la madre
ir de puerta en puerta
en busca del pan de cada día…
Pero esas puertas se cierran
y la madre se obliga
a vender sus aves,
a vender sus prendas
o a vender su fuerza de trabajo
que es lo único que le queda.

Hoy el cielo ha llorado,
ha llorado de ver a una madre,
de llegar a casa poco alimento;
mientras sus hijos, inocentes:
corretean, juegan y saltan de alegría,
y ella resignada saborea
la satisfacción de poder alimentarlos.

Hoy el cielo ha llorado.
Sí, ha llorado,
ha llorado de ser testigo
del sufrimiento cruel
de las madres de este mundo.

domingo, 18 de abril de 2010

“La muerte es cruel, es injusta”

La muerte es cruel, es impredecible y aparece en el momento menos pensado, es como un terremoto que llega abruptamente y arrasa todo lo que encuentra a su paso y deja dolor, miseria y destrucción. “La muerte es cruel, es injusta”— dicen algunos— se lleva a los más buenos, a los más trabajadores; a los que trascienden con sus acciones y que aún están en la primavera de la vida y vienen los porqué, los lamentos y clamamos a Dios exigiendo una explicación ¿Por qué, Señor, por qué? Y la blasfemia brota de nuestros corazones acusando a Dios de esta intempestiva muerte o dirigimos nuestro dedo acusador hacia los familiares, hacia los enemigos o amigos del difunto. ¿Quién será el culpable? …

La muerte empieza cuando nacemos, cada día que vivimos nos acercamos más a ella; un cumpleaños que celebramos, es un año menos de vida. Nadie supo cuando iba a nacer, ni sabe cuándo va a morir: puede ser hoy, puede ser mañana o, tal vez, pasado mañana. Nuestro tiempo de vida ya está escrito en El Libro de la Vida: así corramos o caminemos lento, ese día llegará. Pero muchos dice— ¿Por qué se van los que más queremos? Tan joven, tan buena gente, fue el mejor…

Después de la muerte vienen los elogios, vienen los reconocimientos y se le da el valor real a un ser humano. Pero ya es tarde; porque aquel cuerpo inerte, ya no escucha, ya no ve, ya no siente esas manifestaciones de cariño, que le pudieron dar un minuto de felicidad y endulzar un momento esta vida amarga, cruel o tal vez le pudo dar un minuto más de vida…

¿Por qué los humanos somos tan ingratos? …

AL MAESTRO QUE SE FUE

Rufino Ayala Rodríguez;
Te fuiste, como una estrella fugaz del firmamento
dejando angustia, tristeza y dolor.

Tu familia, tus alumnos y amigos,
No comprendemos tu partida intempestiva.
Tal vez fuimos ciegos al no ver
que tu vida se extinguía lentamente;
pero, tú, valiente te aferrabas a la vida
con la fortaleza de un hombre luchador.

Hoy consternados de dolor, recordamos
tu breve paso por la tierra.
Tal vez fuiste un ser incomprendido,
tal vez es tarde, reconocer tu gran valía.

Pero, hoy tu pueblo te valora.
Reconoce tu trabajo, tu humildad;
tu compromiso con la gente,
tu rol de padre y educador.
Pero, ya no ves, ya no escuchas:
¡Perdón, Rufino, perdón!

Rufino Ayala Rodríguez:
Hermano, amigo, maestro
¡ Descansa en paz!

miércoles, 31 de marzo de 2010

EL TESORO ESCONDIDO

Su risa alegre y melodiosa acariciaba aquel ambiente olor a chicha y a pescado asado. Era la risa sonora de “El viejo”, sobrenombre que por cariño dieron los lugareños a aquel respetable hombre. Allí estaba con su guitarra improvisada tratando de arrancarle algunas notas musicales. Aquel palo de escoba, cobraba vida en sus velludas manos y susurraba la letra un lindo vals peruano. Era el viejo, de pobladas cejas y pelo cano, que con su gracia natural divertía a los parroquianos de la COLANA. Su figura esbelta y fortachona infundía al respeto y confianza. Sí, era “EL viejo”, que después de una ardua faena en el campo, disfrutaba, a su manera, de un momento de descanso, y sobre todo, hacía uso de aquel verbo popular que daba vida y gracias a las leyendas de Colán.
— ¡El que habla y canta se le seca la garganta!— dijo y dejó escuchar su alegre risa.
Bajó la vieja escoba y la puso a un costado. Levantó el poto y dio un largo sorbo de aquella espumosa chicha y limpió el borde con la palma de la mano.
—¡Pobre mi compadre, Jacinto!— expresó con voz cargada de melancolía. Todos callaron y miraron al “viejo” como esperando escuchar aquella historia.
—¡Qué en paz descanse!— se santiguó en señal de respeto— ¿Saben qué le pasó, a mi santo compadre?— Todos movieron la cabeza negativamente. El “Viejo tomó aire. Hizo un breve silencio luego continuó:
—En Cubingas, hay tres hermosas plantas de coco y según los regadores, que por la noche pasaban por ahí, decían que en aquel lugar penaba: los cocos se sacudían fuertemente y se doblaban hasta llegar al suelo y las frutas caían haciendo retumbar el suelo. Luego se escuchaba un silbo muy finito que daba miedo y la noche oscura se hacía blanca y aparecía, por el borde de una acequia, un hombre de caminar lento llamando desesperadamente a los hombres que pasaban por ahí. Los campesinos huían dándoles palo o jalándoles los pelos a sus burros para que corran; algunos se desmayaban de impresión— “El Viejo” suspiró, levantó su mano velluda y se persignó—Ánimas benditas! Dicen que era el alma de don Joaquín, el hacendado de Cubingas…
Un día, en este mismo chicherío, mi cumpita Baltasar contó que al pasar por “Los tres cocos” había visto como estas plantas se movía como queriéndose arrancar del suelo. Luego escuchó el silbo del muerto y vio que se acercaba y lo llamaba moviendo la mano; pero huyó asustado y corrió y corrió hasta llegar al pueblo y se refugió en este chicherío para apagar su miedo con un poto de chicha. Entre los que estábamos aquí, estaba mi compadre Jacinto. Todos decían que esa ánima penaba porque tenía algún tesoro escondido, en aquel lugar y quería dárselo a alguien para poder descansar en paz. Mi compadre Jacinto preguntó que si todo esto era cierto y, todos, respondimos que sí, y que muchas personas eran ricas por los tesoros escondidos de las ánimas en pena. Y mi compadrito, que era tan pobre como nosotros, quiso hacerse rico, de la noche a la mañana, y esa noche se fue a “Los tres cocos”.
Cuando llegó a aquel lugar los cocos se doblaron como dándole la bienvenida y las frutas cayeron pesadamente haciendo retumbar el suelo. El silbo de la muerte se escuchó y apareció el ánima en pena de don Joaquín, que se acercaba por la orilla de la acequia, llamando a mi cumpita. Según nos dijo, él se acobardo, su cuerpo se heló y su corazón se le quería salir del pecho, intentó correr pero no pudo. Se sintió como clavado en el suelo y pensó en lo rico que podía ser, si el muerto le daba el tesoro. Tomó valor y esperó que el alma de don Joaquín se le acercara:
—Buen hombre— le dijo la voz suplicante del muerto— no me mires, dame la espalda— porque los vivos no pueden mirar la cara a los muertos.
Mi compadrito volteó y sintió la voz quemante del muerto, quería gritar y llorar a la vez, pero ya estaba allí, sintiendo tan cerca la presencia de don Joaquín.
— ¿Qu.. qu.. ee… quééé quieres de mí? — poco a poco, la garganta de mi compadre, dejó escapar algunas palabras.
—Quiero que me ayudes— respondió el muerto— Hace tiempo que mi alma vaga por estos campos y no puedo descansar en paz: mi otra vida es angustia y tormento…— y lloró desconsoladamente como un niño— Yo he sido dueño de estos campos— suspiró profundamente— y le he dado trabajo a miles de personas y la plata nunca me faltó; todo tenía: mujeres, diversión y todo lo que se me antojaba; pero ahora, no puedo calmar mi sed, no puedo calmar mi hambre y no puedo estar en un solo lugar, debo andar errante de un lugar a otro. ¡Ayúdame a descansar en paz!— dijo el muerto.
—¿Cómo?— preguntó mi compadre, quien ya había dominando el miedo y estaba conmovido por aquella alma sufriente.
— Sacando mi gran tesoro, que por olvido, antes de morir, lo dejé enterrado: Es lo más preciado que he tenido en mi vida, me ha acompañado noche y día en que transité por estos campos. Lo he cuidado más que mi propia vida, ha sido mi compañero fiel: vale mucho, mucho para mí; tiene un valor incalculable…
Mi compadre Jacinto sintió que la riqueza le caía del cielo y se imaginó montando un hermoso caballo blanco con montura y estribos de plata y calzando espuelas doradas. Y “Ni corto ni perezoso” preguntó:
— ¿Dónde está?
—Ahí, a tres pasos del coco de en medio.
—¿ Y luego qué hago?
— Tienes que hacerme siete misas en la iglesia del pueblo.
Mi compadre bajó la lampa, que estaba amarrada en el aparejo. Contó tres pasos desde el tronco de la planta de coco y comenzó a cavar, mientras el muerto se sentó en el filo de un coloche observando el trabajo de mi cumpa Jacinto. Después de cierto tiempo, la lampa chocó con el tesoro. Mi cumpa se sintió feliz y el muerto suspiro de alivió.
—¡Ahí está!— emocionado dijo don Joaquín— Sácalo y mételo a tu alforja y cuando llegues a tu casa échale agua bendita. ¡Ah, y no te olvides de las siete misa!— y el alma desapareció en la oscuridad de la noche.
Mi compadre emocionado y lleno de codicia, “sin pensarlo dos veces” echó en su alforja aquel objeto y volvió al pueblo haciendo cuentas sobre su futuro. Cuando llegó a su casa, fue directo a la mesa donde estaba el mechero y sacó de la alforja “el tesoro escondido”: sus ojos se agrandaron, su respiración se acelero, su corazón bombeaba sangre descontroladamente, la sangre se le subió a la cara y explotó…
— ¡Carajo, me jodí…! — explotó de cólera y tiró por allá aquel objeto.
— ¿Qué pasó?— preguntaron todos, inquiriendo una explicación por aquella desaforada reacción.
— ¡Pobre mi compadre!— dijo “El Viejo” dejando escapar un profundo suspiro— sus ilusiones se fueron a la basura. Nada de oro, nada de plata, nada de riqueza: sólo había encontrado un viejo machete oxidado y todo carcomido por la tierra y por el paso de los años: no era ningún tesoro y mi “cumpita” descargó su cólera en aquel viejo machete…
Llegó el primer domingo y nada de misa, el segundo y nada… Un día, cuando mi compadre estaba durmiendo, sintió que lo remecía del pelo. Despertó y vio la figura cadavérica de don Joaquín que estaba sentado sobre su barriga y le reclamaba que le haga las misa prometidas y luego desaparecía en la oscuridad de la noche. Estas visitas se repitieron cada noche y mi compadre perdió el apetito y se dedicó a emborracharse para olvidar sus penas. Él no tenía plata para las misas del domingo porque costaban mucho, además no tenía cosecha para fiarlas. Así mi compadre se fue consumiendo poco a poco. Un día desesperado, por su situación, buscó el viejo machete, hasta que lo encontró en el corral de sus cabras. Aparejó su burro y marchó decidido a devolverlo a su dueño. Cuando se acercaba a “los tres cocos” apareció sorpresivamente el fantasma de don Joaquín y el burro se asustó y echó a correr…
Al otro día, se encontró el cadáver de mi compadre. Su mano sujetaba fuertemente el viejo machete, sus ojos estaban desorbitados y su cara parecía una papaya helada, por el miedo…
Desde aquel día, cuenta los campesinos, que pasa por “Los tres cocos”, que ven el ánima de mi compadre, con el machete en la mano, correr detrás del alma don Joaquín gritando que lo quiere matar y don Joaquín grita pidiendo auxilio…
“El viejo” se quedó callado, todo los miraron sorprendidos. Su velluda mano acarició sus pobladas cejas. Suspiró profundamente y exclamó:
—Pobre mi compadre, está muerto por cojudo— tomó el poto y le dio un largo sorbo. Tomó la vieja escoba y empezó a rasgar las cuerdas imaginarias y movió sus hombros al compás de la música…

miércoles, 10 de marzo de 2010

INFIERNO TERRENAL


Los milenios van pasando
En este infierno terrenal.
La pobreza azota duro,
La justicia pega igual.
El trabajo es un lujo
Y la violencia radical.
¿Por qué en este mundo
todo sigue igual?


Porque existen hombres bestias
Que no les importa la modestia
Y se imponen a la fuerza
Con su política brutal:
Sin respetar la vida humana,
Ni el bienestar social

martes, 16 de febrero de 2010

EL POZO DE AGUAS MILAGROSAS


Por mucho tiempo, el cacique del pueblo, esperó ansioso el nacimiento de un heredero y aquel Dios que todo lo ve, que todo lo avizora le dio una hermosa niña de cabellos como el sol y de ojos color del mar y piel de luna. Su nacimiento fue un acontecimiento trascendental en el pueblo. Aquel cacique se sintió feliz con tan hermoso regalo y veía el fruto de su amor crecer día a día, pero no faltó la envidia, profesa por aquel líder del pueblo, que carcomía el corazón maligno de doña Pascuala: la bruja del pueblo.

Un día la envidia rebozó los límites del corazón de Pascuala, que invocó a su maestro y haciendo uso de su arte maligno se convirtió un horrible pájaro de plumaje negro, pico aguileño y afiladas garras. Su canto bronco, de ave agorera, se escuchó en aquella trágica noche y voló rasgando el aire nocturno.

Aquella niña de los cabellos dorados y de ojos azules descansaba plácidamente en una hamaca, cuando el diabólico pájaro traspasó la ventana y posó sus garras sobre el vientre de aquel ángel divino. Se escuchó el canto agorero del ave y la hija del sol despertó y vio el horrible pájaro. Sus ojos de mar se crisparon, sus frágiles manos se agitaron y el grito de horror se quedó atragantado en su delicada garganta. Aquella ave maldita levantó vuelo y dejó caer su pestilente excremento sobre la frentecita de aquel ser indefenso.

Cuando la aurora llegó a casa de aquel cacique tallán, como era costumbre, el padre amoroso fue a la hamaca a sacar a su hija. Allí estaba la hija del mar con los ojos inmóviles y rostro con expresión de terror; en su frentecita yacía una blancuzca escama de tres centímetros.

—¡Hija, Hija..! —grito desesperado el padre de ver aquel pedacito de su alma en aquel trágico estado. La abrazó fuertemente y la llenó de besos pero la expresión de la hija de la luna no cambió. El padre desesperado quiso retirar aquella escama asida en la frente de la niña y la sangre brotó: su garganta no emitió sonido y sus ojos de expresión terrorífica permanecieron estáticos. Desde allí no se escuchó más su sonrisa, su llanto, su voz…
Los días pasaban y el cuerpecito de la niña de la piel blanca, de cabellos dorados y ojos de mar empeoraba. Su cuerpo estático se llenaba de escamas, se llenaba de llagas, se llenaba de pus... El padre desesperado recorría pueblo tras pueblo en busca de la medicina milagrosa: yerbas, animales, pomada o pócimas recetadas por lo mejores curanderos de la región… y nada…

Aquel roble viviente, por primera vez se sintió derrotado y apunto de la locura; de aquella mente enturbiada brotó la última esperanza: El Dios Supremo, que todo lo ve y todo avizora y todo lo puede. Tomó a su hija entre sus brazos y la arropó con un manto y presuroso dirigióse hacia el eterno vigilante del pueblo: “el cerro” que rodea el pueblo. Sus pies descalzos sorteaban aquel escarpado camino que conducía a la cima. Allí llegó sin aliento.
La luna brillaba con todo esplendor y su luz plateada invitaba al ritual sagrado. Aquel angustiado padre descubrió el cuerpecito de la pequeña y lo elevó en dirección de la luna y una voz suplicante se escuchó en la noche.

—¡Nariwalá, Nariwalá, padre, padre mío, escucha mi dolor!— Y el llanto brotó de lo más profundo del corazón del sufrido padre.
— ¡Padre, mira mi retoño, mírale, padre!— aquellos brazos macizos mostraban aquella estatua viviente llena de escamas, llena de llagas, llena de pus...
— ¡Ella es mi ofrenda! ¡Tómala, Padre!, pero, te invoco, que vuelva a sus labios su alegre sonrisa, sus ojos de mar recobren la vida y, por última vez, su voz de ángel acaricien mis viejos oídos. ¡Padre, aquí está tu ofrenda: Lo más preciado de mí!— y, a raudales, las lágrimas caían al suelo estéril. El cerro se estremeció de dolor por tanta desdicha que desencadenó en un fuerte temblor.
— ¡Hijo, no llores!— La voz celestial se dejó escuchar y el cerró apaciguó su temblor— ¡Tu clamor ya fue escuchado! Ve y sigue el camino que han dejado tus lágrimas y donde termine se habrá formado un pequeño pozo: allí baña a tu hija, con el agua de tu dolor, con el agua de tu sufrimiento, con el agua de tu desdicha…

Reconfortado por la voz divina, el cacique del pueblo siguió el camino de su llanto y llegó a una parte de la falda del cerro donde se había formado un pequeño pozo. Allí baño a la hija del sol y la noche se vistió de blanco, y aquellas aguas del dolor hicieron el milagro esperado: la hija del mar recobró su natural belleza: sus ojos de mar recobraron la vida; su cuerpo de luna, volvió a ser suave y hermoso, sus cabellos dorados saludaron la noche, la sonrisa volvió a sus labios y por fin de sus labios salió la ansiada palabra de amor:

—¡Papá, papito mío!—
Padre e hija se fundieron en abrazo profundo. La alegría del padre rebozaba su ser. Y, por fin, la felicidad apaciguó las almas sufrientes!: la fe y el amor derrotaron la envidia humana. El padre agradecido, elevó su plegaria al todopoderoso y presentó su ofrenda. Y La hija del sol, la hija del mar, de piel blanca como la luna dejó escapar un hermoso canto de sus virginales labios y voló transformada en una paloma, blanca como la luna, brillante como el sol y ojos de mar.

Desde aquel día, aquella ave divina se convirtió en la guardiana del cerro y éste siguió emanando aquellas aguas benditas donde todas las personas que estaban enfermas, allí, recobraban la salud. Hoy es lugar muy visitado y le llaman “el pozo de las aguas milagrosas” y en aquel mágico cerro quedó guardado el tesoro más preciado de aquel cacique del pueblo.

domingo, 17 de enero de 2010

CAE EL TELÓN...


El telón del nuevo año se devela y se inicia una nueva obra teatral. El inmenso teatro del mundo inicia su función. Los humanos actuamos, según el papel del designio de los amos de este mundo. Nos convertimos en marionetas, en payasos, en acróbatas o tal vez en animales amaestrados que agachamos la cabeza cuando el amo hace sonar su látigo. De vez en cuando estiramos las manos para recibir los aplausos hipócritas del público que gozan de vernos actuar, como máquinas digitadas a control remoto. Nuestra tristeza se esconde en la fingida sonrisa que brota de nuestros labios escondiendo nuestro dolor, nuestra tristeza, nuestra humillación. Mientras tanto, nuestra sangre fluye, cual Amazonas, furiosa por nuestras venas cargada de coraje, de rabia, de impotencia buscando el camino para estallar, pero las circunstancias de la vida hacen que estrelle en la dermis de nuestros rostros. Y la función debe continuar…


El telón cae, los faros se apagan, la música también. El público se retira satisfecho de haberse divertido por un billete. Los actores extenuados estiran su mano, para recibir la paga, y una moneda raída cae en la mano clamorosa. Caen las caretas de la faz de los actores dando pase a la cruda realidad y una lágrima delatora apaga el coraje, la rabia, la impotencia… Y la función debe continuar… ¿Hasta cuándo?..

UN AÑO DE ESPERANZA

UN AÑO DE ESPERANZA

Después de muchos años
aún vive la esperanza
de vivir en un mundo nuevo
amante de la paz,
donde impere la justicia,
donde haya libertad,
donde exista más trabajo
y fraternidad.

En este nuevo año
seamos más humanos
y no existan diferencias
de raza y posición social,
que vivamos como hermanos
y tratados como humanos,
siendo siempre iguales
ante la ley y Dios.

¡Gobernadores, de este mundo!
limen de una vez sus asperezas
y trabajen todos juntos
para erradicar la vil pobreza;
que los niños no trabajen,
ni se prostituya la mujer
y los hombres no delincan
para cumplir con su deber.

¡Medios de comunicación!
No transmitan más violencia
Y tomen más conciencia
De su verdadero rol social:
Educando más al pueblo
Con valores positivos
Para formar al nuevo hombre
de la nueva sociedad


Y que reine la justicia,
Y que reine la igualdad
En este mundo nuevo
De prosperidad,