miércoles, 31 de marzo de 2010

EL TESORO ESCONDIDO

Su risa alegre y melodiosa acariciaba aquel ambiente olor a chicha y a pescado asado. Era la risa sonora de “El viejo”, sobrenombre que por cariño dieron los lugareños a aquel respetable hombre. Allí estaba con su guitarra improvisada tratando de arrancarle algunas notas musicales. Aquel palo de escoba, cobraba vida en sus velludas manos y susurraba la letra un lindo vals peruano. Era el viejo, de pobladas cejas y pelo cano, que con su gracia natural divertía a los parroquianos de la COLANA. Su figura esbelta y fortachona infundía al respeto y confianza. Sí, era “EL viejo”, que después de una ardua faena en el campo, disfrutaba, a su manera, de un momento de descanso, y sobre todo, hacía uso de aquel verbo popular que daba vida y gracias a las leyendas de Colán.
— ¡El que habla y canta se le seca la garganta!— dijo y dejó escuchar su alegre risa.
Bajó la vieja escoba y la puso a un costado. Levantó el poto y dio un largo sorbo de aquella espumosa chicha y limpió el borde con la palma de la mano.
—¡Pobre mi compadre, Jacinto!— expresó con voz cargada de melancolía. Todos callaron y miraron al “viejo” como esperando escuchar aquella historia.
—¡Qué en paz descanse!— se santiguó en señal de respeto— ¿Saben qué le pasó, a mi santo compadre?— Todos movieron la cabeza negativamente. El “Viejo tomó aire. Hizo un breve silencio luego continuó:
—En Cubingas, hay tres hermosas plantas de coco y según los regadores, que por la noche pasaban por ahí, decían que en aquel lugar penaba: los cocos se sacudían fuertemente y se doblaban hasta llegar al suelo y las frutas caían haciendo retumbar el suelo. Luego se escuchaba un silbo muy finito que daba miedo y la noche oscura se hacía blanca y aparecía, por el borde de una acequia, un hombre de caminar lento llamando desesperadamente a los hombres que pasaban por ahí. Los campesinos huían dándoles palo o jalándoles los pelos a sus burros para que corran; algunos se desmayaban de impresión— “El Viejo” suspiró, levantó su mano velluda y se persignó—Ánimas benditas! Dicen que era el alma de don Joaquín, el hacendado de Cubingas…
Un día, en este mismo chicherío, mi cumpita Baltasar contó que al pasar por “Los tres cocos” había visto como estas plantas se movía como queriéndose arrancar del suelo. Luego escuchó el silbo del muerto y vio que se acercaba y lo llamaba moviendo la mano; pero huyó asustado y corrió y corrió hasta llegar al pueblo y se refugió en este chicherío para apagar su miedo con un poto de chicha. Entre los que estábamos aquí, estaba mi compadre Jacinto. Todos decían que esa ánima penaba porque tenía algún tesoro escondido, en aquel lugar y quería dárselo a alguien para poder descansar en paz. Mi compadre Jacinto preguntó que si todo esto era cierto y, todos, respondimos que sí, y que muchas personas eran ricas por los tesoros escondidos de las ánimas en pena. Y mi compadrito, que era tan pobre como nosotros, quiso hacerse rico, de la noche a la mañana, y esa noche se fue a “Los tres cocos”.
Cuando llegó a aquel lugar los cocos se doblaron como dándole la bienvenida y las frutas cayeron pesadamente haciendo retumbar el suelo. El silbo de la muerte se escuchó y apareció el ánima en pena de don Joaquín, que se acercaba por la orilla de la acequia, llamando a mi cumpita. Según nos dijo, él se acobardo, su cuerpo se heló y su corazón se le quería salir del pecho, intentó correr pero no pudo. Se sintió como clavado en el suelo y pensó en lo rico que podía ser, si el muerto le daba el tesoro. Tomó valor y esperó que el alma de don Joaquín se le acercara:
—Buen hombre— le dijo la voz suplicante del muerto— no me mires, dame la espalda— porque los vivos no pueden mirar la cara a los muertos.
Mi compadrito volteó y sintió la voz quemante del muerto, quería gritar y llorar a la vez, pero ya estaba allí, sintiendo tan cerca la presencia de don Joaquín.
— ¿Qu.. qu.. ee… quééé quieres de mí? — poco a poco, la garganta de mi compadre, dejó escapar algunas palabras.
—Quiero que me ayudes— respondió el muerto— Hace tiempo que mi alma vaga por estos campos y no puedo descansar en paz: mi otra vida es angustia y tormento…— y lloró desconsoladamente como un niño— Yo he sido dueño de estos campos— suspiró profundamente— y le he dado trabajo a miles de personas y la plata nunca me faltó; todo tenía: mujeres, diversión y todo lo que se me antojaba; pero ahora, no puedo calmar mi sed, no puedo calmar mi hambre y no puedo estar en un solo lugar, debo andar errante de un lugar a otro. ¡Ayúdame a descansar en paz!— dijo el muerto.
—¿Cómo?— preguntó mi compadre, quien ya había dominando el miedo y estaba conmovido por aquella alma sufriente.
— Sacando mi gran tesoro, que por olvido, antes de morir, lo dejé enterrado: Es lo más preciado que he tenido en mi vida, me ha acompañado noche y día en que transité por estos campos. Lo he cuidado más que mi propia vida, ha sido mi compañero fiel: vale mucho, mucho para mí; tiene un valor incalculable…
Mi compadre Jacinto sintió que la riqueza le caía del cielo y se imaginó montando un hermoso caballo blanco con montura y estribos de plata y calzando espuelas doradas. Y “Ni corto ni perezoso” preguntó:
— ¿Dónde está?
—Ahí, a tres pasos del coco de en medio.
—¿ Y luego qué hago?
— Tienes que hacerme siete misas en la iglesia del pueblo.
Mi compadre bajó la lampa, que estaba amarrada en el aparejo. Contó tres pasos desde el tronco de la planta de coco y comenzó a cavar, mientras el muerto se sentó en el filo de un coloche observando el trabajo de mi cumpa Jacinto. Después de cierto tiempo, la lampa chocó con el tesoro. Mi cumpa se sintió feliz y el muerto suspiro de alivió.
—¡Ahí está!— emocionado dijo don Joaquín— Sácalo y mételo a tu alforja y cuando llegues a tu casa échale agua bendita. ¡Ah, y no te olvides de las siete misa!— y el alma desapareció en la oscuridad de la noche.
Mi compadre emocionado y lleno de codicia, “sin pensarlo dos veces” echó en su alforja aquel objeto y volvió al pueblo haciendo cuentas sobre su futuro. Cuando llegó a su casa, fue directo a la mesa donde estaba el mechero y sacó de la alforja “el tesoro escondido”: sus ojos se agrandaron, su respiración se acelero, su corazón bombeaba sangre descontroladamente, la sangre se le subió a la cara y explotó…
— ¡Carajo, me jodí…! — explotó de cólera y tiró por allá aquel objeto.
— ¿Qué pasó?— preguntaron todos, inquiriendo una explicación por aquella desaforada reacción.
— ¡Pobre mi compadre!— dijo “El Viejo” dejando escapar un profundo suspiro— sus ilusiones se fueron a la basura. Nada de oro, nada de plata, nada de riqueza: sólo había encontrado un viejo machete oxidado y todo carcomido por la tierra y por el paso de los años: no era ningún tesoro y mi “cumpita” descargó su cólera en aquel viejo machete…
Llegó el primer domingo y nada de misa, el segundo y nada… Un día, cuando mi compadre estaba durmiendo, sintió que lo remecía del pelo. Despertó y vio la figura cadavérica de don Joaquín que estaba sentado sobre su barriga y le reclamaba que le haga las misa prometidas y luego desaparecía en la oscuridad de la noche. Estas visitas se repitieron cada noche y mi compadre perdió el apetito y se dedicó a emborracharse para olvidar sus penas. Él no tenía plata para las misas del domingo porque costaban mucho, además no tenía cosecha para fiarlas. Así mi compadre se fue consumiendo poco a poco. Un día desesperado, por su situación, buscó el viejo machete, hasta que lo encontró en el corral de sus cabras. Aparejó su burro y marchó decidido a devolverlo a su dueño. Cuando se acercaba a “los tres cocos” apareció sorpresivamente el fantasma de don Joaquín y el burro se asustó y echó a correr…
Al otro día, se encontró el cadáver de mi compadre. Su mano sujetaba fuertemente el viejo machete, sus ojos estaban desorbitados y su cara parecía una papaya helada, por el miedo…
Desde aquel día, cuenta los campesinos, que pasa por “Los tres cocos”, que ven el ánima de mi compadre, con el machete en la mano, correr detrás del alma don Joaquín gritando que lo quiere matar y don Joaquín grita pidiendo auxilio…
“El viejo” se quedó callado, todo los miraron sorprendidos. Su velluda mano acarició sus pobladas cejas. Suspiró profundamente y exclamó:
—Pobre mi compadre, está muerto por cojudo— tomó el poto y le dio un largo sorbo. Tomó la vieja escoba y empezó a rasgar las cuerdas imaginarias y movió sus hombros al compás de la música…

miércoles, 10 de marzo de 2010

INFIERNO TERRENAL


Los milenios van pasando
En este infierno terrenal.
La pobreza azota duro,
La justicia pega igual.
El trabajo es un lujo
Y la violencia radical.
¿Por qué en este mundo
todo sigue igual?


Porque existen hombres bestias
Que no les importa la modestia
Y se imponen a la fuerza
Con su política brutal:
Sin respetar la vida humana,
Ni el bienestar social