AMARGA EXPERIENCIA
(CUENTO)
Aún rec
uerdo aquella amarga experiencia que viví y que me hizo reflexionar de ¿Por qué existen tantos Pacos Moncayos en el mundo, que siembran odio en el alma del humano. Que crean fronteras imaginarias. Que luchan por riquezas para unos cuantos?: Y el pueblo, y el mundo, y la hermandad: ¿Qué?...
--¡Tu cédula! – Me dijo enérgico un suboficial, cuando estaba en el Ecuador comprando mercadería.
--¡No tengo!- le respondí—Tengo Libreta Electoral- Eso bastó para que me acusaran de espía.
--¡Arrodíllate carajo!-- Exclamó un soldado, mientras con su Fal me propinaba un culatazo en la espalda. Me dobló los brazos hacia atrás. Me esposó. Me colocó un costalillo en la cabeza, a modo de venda. Y me sacaron a empellones rumbo al cuartel de Arenillas.
Allí, había otros cinco peruanos más. Eran las doce de la noche cuando me arrojaron a un camarote. Allí empezó mi Vía Crusis. Fuertes puños se estrellaban en la boca de mi estómago, en el hígado, en las orejas. Caía al suelo y me levantaban de un tirón de pelos.
--¡Cacarea, Gallina, de mierda!— Decían furiosos los soldados-- ¿Eres espía? ¿Qué haces acá en nuestro país?— Dos de ellos se subían sobre la barriga de alguno de nosotros y empezaban a saltar-- ¿Dónde están las armas y cuarteles del Perú?—Preguntaban y volvían a saltar sobre nuestros estómagos hasta dejarnos sin aliento, hasta desfallecer. De vez en cuando nos rociaban Sprite por la nariz que nos quemaba profundamente.
Era de madrugada cuando nos condujeron a una chacra, e hicieron calatear a uno de mis compañeros y lo tiraron de cabeza a un fango.
--¡Vas a morir, de aquí no sales, Gallina maldita!— Le decía, mientras le propinaban duros golpes en diferentes partes del cuerpo.--¡Ven!—nos decían-- ¡Así va a morir ustedes, sino cuenta lo que saben!—Pero no teníamos nada que contar...
Al amanecer nos llevaron al cuartel y me tocó el turno. Mi cuerpo se estremecía al recibir el fluido eléctrico. Sentía que enormes agujas taladraban mi cuerpo y millones de hormigas circulaban por mis venas. Me llenaban de preguntas. Respondía mentiras para librarme de tan cruel tortura. Por la tarde me llevaron a la chacra, me colocaron grilletes en los tobillos y me arrojaron al barro. Allí estuve, sin probar alimento, entre el lodo frío y las implacables picaduras de los zancudos. Al siguiente día, por la mañana, llegó la patrulla de soldados y el capitán al mando exclamó:
--¡Ya escarmentaste! ¡Cuenta lo que sabes!—Y al no recibir respuesta que satisfaga su inquietud, volvió a masacrarme. Cansados de su infructuosa empresa, me llevaron de regreso y por primera vez me sacaron la venda y me hicieron bañar. Luego me llevaron al despacho del Comandante para firma la devolución de mis pertenencias.
Nos subieron a una camioneta a sólo tres peruanos y nos iban dejando en diferentes lugares, cada cinco minutos. A mí me dejaron cerca de la comisaría de Huaquillas. Caminé hacia el Puente Internacional y me di cuenta que estaba resguardado por varios soldados ecuatorianos. De miedo regresé en busca de un hotel.
Eran las 2:30 de la mañana y ningún hotel me aceptada, a pesar que les ofrecía el doble de Sucres. Pues habían dado orden de no alojar a ningún peruano. Desesperado deambulé por las calles hasta que la providencia puso en mi camino a un hermano, a un ecuatoriano, a un hombre justo, que su solidaridad no tiene fronteras: Era don Jesús, anciano de 74 años, que me abrió las puertas de su corazón y las puertas de su humilde hogar.
--¡Entra, hijo! – Me dijo. Me dio de comer y me brindó su hospitalidad, sólo por esa madrugada.
El sonido de las sirenas me despertó. Eran las cuatro de la mañana. Los militares habían ordenado a todos los ecuatorianos salir a la puerta para una revisión, sin duda en busca de peruanos.
--¡Ándate, sino me acusan de traidor!—me dijo don Jesús. Salí corriendo en dirección al Puente Internacional. Desesperado me tiré al agua y nadé con desesperación y logré cruzar el canal. Corrí como una flecha hasta llegar a la comisaría de Aguas verdes. A las cinco de la mañana estaba rumbo a Tumbes. Atrás había dejado una amarga experiencia llena de terror...
Un grito se escucha a lo lejos: es el mundo que gime, que llora, que se tuerce de dolor, que clava sus uñas en la tierra pidiendo hermandad; pidiendo que hayan más “Jesús”, pidiendo que se borren de la tierra las ideas “Pacomontayescas” y que todos los hombres del planeta vivamos en unidad...
(CUENTO)
Aún rec

--¡Tu cédula! – Me dijo enérgico un suboficial, cuando estaba en el Ecuador comprando mercadería.
--¡No tengo!- le respondí—Tengo Libreta Electoral- Eso bastó para que me acusaran de espía.
--¡Arrodíllate carajo!-- Exclamó un soldado, mientras con su Fal me propinaba un culatazo en la espalda. Me dobló los brazos hacia atrás. Me esposó. Me colocó un costalillo en la cabeza, a modo de venda. Y me sacaron a empellones rumbo al cuartel de Arenillas.
Allí, había otros cinco peruanos más. Eran las doce de la noche cuando me arrojaron a un camarote. Allí empezó mi Vía Crusis. Fuertes puños se estrellaban en la boca de mi estómago, en el hígado, en las orejas. Caía al suelo y me levantaban de un tirón de pelos.
--¡Cacarea, Gallina, de mierda!— Decían furiosos los soldados-- ¿Eres espía? ¿Qué haces acá en nuestro país?— Dos de ellos se subían sobre la barriga de alguno de nosotros y empezaban a saltar-- ¿Dónde están las armas y cuarteles del Perú?—Preguntaban y volvían a saltar sobre nuestros estómagos hasta dejarnos sin aliento, hasta desfallecer. De vez en cuando nos rociaban Sprite por la nariz que nos quemaba profundamente.
Era de madrugada cuando nos condujeron a una chacra, e hicieron calatear a uno de mis compañeros y lo tiraron de cabeza a un fango.
--¡Vas a morir, de aquí no sales, Gallina maldita!— Le decía, mientras le propinaban duros golpes en diferentes partes del cuerpo.--¡Ven!—nos decían-- ¡Así va a morir ustedes, sino cuenta lo que saben!—Pero no teníamos nada que contar...
Al amanecer nos llevaron al cuartel y me tocó el turno. Mi cuerpo se estremecía al recibir el fluido eléctrico. Sentía que enormes agujas taladraban mi cuerpo y millones de hormigas circulaban por mis venas. Me llenaban de preguntas. Respondía mentiras para librarme de tan cruel tortura. Por la tarde me llevaron a la chacra, me colocaron grilletes en los tobillos y me arrojaron al barro. Allí estuve, sin probar alimento, entre el lodo frío y las implacables picaduras de los zancudos. Al siguiente día, por la mañana, llegó la patrulla de soldados y el capitán al mando exclamó:
--¡Ya escarmentaste! ¡Cuenta lo que sabes!—Y al no recibir respuesta que satisfaga su inquietud, volvió a masacrarme. Cansados de su infructuosa empresa, me llevaron de regreso y por primera vez me sacaron la venda y me hicieron bañar. Luego me llevaron al despacho del Comandante para firma la devolución de mis pertenencias.
Nos subieron a una camioneta a sólo tres peruanos y nos iban dejando en diferentes lugares, cada cinco minutos. A mí me dejaron cerca de la comisaría de Huaquillas. Caminé hacia el Puente Internacional y me di cuenta que estaba resguardado por varios soldados ecuatorianos. De miedo regresé en busca de un hotel.
Eran las 2:30 de la mañana y ningún hotel me aceptada, a pesar que les ofrecía el doble de Sucres. Pues habían dado orden de no alojar a ningún peruano. Desesperado deambulé por las calles hasta que la providencia puso en mi camino a un hermano, a un ecuatoriano, a un hombre justo, que su solidaridad no tiene fronteras: Era don Jesús, anciano de 74 años, que me abrió las puertas de su corazón y las puertas de su humilde hogar.
--¡Entra, hijo! – Me dijo. Me dio de comer y me brindó su hospitalidad, sólo por esa madrugada.
El sonido de las sirenas me despertó. Eran las cuatro de la mañana. Los militares habían ordenado a todos los ecuatorianos salir a la puerta para una revisión, sin duda en busca de peruanos.
--¡Ándate, sino me acusan de traidor!—me dijo don Jesús. Salí corriendo en dirección al Puente Internacional. Desesperado me tiré al agua y nadé con desesperación y logré cruzar el canal. Corrí como una flecha hasta llegar a la comisaría de Aguas verdes. A las cinco de la mañana estaba rumbo a Tumbes. Atrás había dejado una amarga experiencia llena de terror...
Un grito se escucha a lo lejos: es el mundo que gime, que llora, que se tuerce de dolor, que clava sus uñas en la tierra pidiendo hermandad; pidiendo que hayan más “Jesús”, pidiendo que se borren de la tierra las ideas “Pacomontayescas” y que todos los hombres del planeta vivamos en unidad...