
Como de costumbre, Lucho tomó la alforja y la linterna a kerosene y montó sobre su fiel piajeno. Eran las 11 de la noche cuando se internó por el oscuro callejón que conduce a las chacras. De los chopes salía el chirriante grito de los grillos, que mezclábanse con el croar de los sapos y graznido de las aves nocturnas. Así desplasábase con su fiel amigo, que con sus grandotes ojos tanteaba la negra oscuridad, sorteando los altibajos, del camino.
Allá, en la Playa, de la hacienda “Chuyma”, el agua discurría por las angostan acequias desembocando en las posturas de las pozas de algodón. Allí estaban Juan y Pedro metiéndose en el agua, poniendo palos y basura, tapando y abriendo posturas y por ratos se paraban y contemplaban las grandes extensiones de terrenos y el serpenteante dique que atraviesa la hacienda rumbo a “Puerto Pizarro”. De pronto Pedro exclamó.
—¡Mira, Juan, aquella luz!.
—¡Ay, Dios mío! ¿ Qué será?—Sorprendido, respondió Juan.
— ¡Se apaga y se prende!...
Efectivamente, a lo lejos veíase una luz que, de rato en rato, se apagaba y prendía y, poco a poco, avanzaba haciéndose visible cada vez más. De pronto los asustados regadores vieron que se acercaba un bulto blanco que se agrandaba y se achicaba y ya cerca pudieron distinguir la blancura de su cuerpo y llenos de miedo emitieron un grito de terror.
—¡El muertoooo! ¡El muertoooo! ....
Invadidos por el pánico, corrieron despavoridamente, olvidando sus herramientas de trabajo. En su correr desesperado, resbalaban y caían en las frías aguas de las acequias y de las pozas de algodón. Sus cuerpos enlodados temblaban de frío y de miedo. De rato en rato, miraban hacia atrás y veían al muerto que los seguía, los silbaba y los llamaba por su nombre. Así, entre tumbos y tumbos pudieron llegar al pueblo donde sus maltrechos cuerpos cayeron, como trapos, desmayados de terror.
Al siguiente día, los moradores comentaban que el muerto se había aparecido a Pedro y Juan y que se los había querido llevar. Decían que ese muerto era un condenado, que para conseguir su perdón salía por las noches a recorrer los campos de “Chuyma” en busca de almas, pues había matado a su padre y había vivido con su comadre; por eso que salía por aquellos campos aullando como lobo en noche de luna llena.
Llegó el domingo y, como de costumbre, los campesinos disfrutaban de la rica chicha de jora en casa de la “Colana”. Entre ellos, estaban Juan y Pedro contando sorprendidos lo que les había sucedido. Cuando de pronto una estruendosa carcajada interrumpió la narración.
—¡Qué cojudos son!— Dijo Lucho— Así que el muerto los asustó: ¡Zonzos! – Increpó sarcásticamente.-- ¡No sean tontos! “El muerto no asusta, sino los vivos”—y volvió a reírse a grandes carcajadas —El muerto que los asustó fui yo. Pedro y Juan se Miraron desconcertados. —¡Sí, Sí, fui yo!—Repitió— Yo todas las noches, a esa hora, voy a cuidar mi margarita, y para alumbrar el camino llevo mi linterna y me arropo con una sábana blanca para protegerme del frío y de los zancudos y como el camino tiene subidas y bajadas parecía que yo me agrandaba y achicaba; y la luz, se apagaba y encendía. Y ustedes como cojudos corrían de miedo. Yo los silbaba, los llamaba y ustedes más corrían.-- y volvió a reírse burlonamente de sus amigos y recalcó irónicamente.-- ¡El muerto no asusta!...
Allá, en la Playa, de la hacienda “Chuyma”, el agua discurría por las angostan acequias desembocando en las posturas de las pozas de algodón. Allí estaban Juan y Pedro metiéndose en el agua, poniendo palos y basura, tapando y abriendo posturas y por ratos se paraban y contemplaban las grandes extensiones de terrenos y el serpenteante dique que atraviesa la hacienda rumbo a “Puerto Pizarro”. De pronto Pedro exclamó.
—¡Mira, Juan, aquella luz!.
—¡Ay, Dios mío! ¿ Qué será?—Sorprendido, respondió Juan.
— ¡Se apaga y se prende!...
Efectivamente, a lo lejos veíase una luz que, de rato en rato, se apagaba y prendía y, poco a poco, avanzaba haciéndose visible cada vez más. De pronto los asustados regadores vieron que se acercaba un bulto blanco que se agrandaba y se achicaba y ya cerca pudieron distinguir la blancura de su cuerpo y llenos de miedo emitieron un grito de terror.
—¡El muertoooo! ¡El muertoooo! ....
Invadidos por el pánico, corrieron despavoridamente, olvidando sus herramientas de trabajo. En su correr desesperado, resbalaban y caían en las frías aguas de las acequias y de las pozas de algodón. Sus cuerpos enlodados temblaban de frío y de miedo. De rato en rato, miraban hacia atrás y veían al muerto que los seguía, los silbaba y los llamaba por su nombre. Así, entre tumbos y tumbos pudieron llegar al pueblo donde sus maltrechos cuerpos cayeron, como trapos, desmayados de terror.
Al siguiente día, los moradores comentaban que el muerto se había aparecido a Pedro y Juan y que se los había querido llevar. Decían que ese muerto era un condenado, que para conseguir su perdón salía por las noches a recorrer los campos de “Chuyma” en busca de almas, pues había matado a su padre y había vivido con su comadre; por eso que salía por aquellos campos aullando como lobo en noche de luna llena.
Llegó el domingo y, como de costumbre, los campesinos disfrutaban de la rica chicha de jora en casa de la “Colana”. Entre ellos, estaban Juan y Pedro contando sorprendidos lo que les había sucedido. Cuando de pronto una estruendosa carcajada interrumpió la narración.
—¡Qué cojudos son!— Dijo Lucho— Así que el muerto los asustó: ¡Zonzos! – Increpó sarcásticamente.-- ¡No sean tontos! “El muerto no asusta, sino los vivos”—y volvió a reírse a grandes carcajadas —El muerto que los asustó fui yo. Pedro y Juan se Miraron desconcertados. —¡Sí, Sí, fui yo!—Repitió— Yo todas las noches, a esa hora, voy a cuidar mi margarita, y para alumbrar el camino llevo mi linterna y me arropo con una sábana blanca para protegerme del frío y de los zancudos y como el camino tiene subidas y bajadas parecía que yo me agrandaba y achicaba; y la luz, se apagaba y encendía. Y ustedes como cojudos corrían de miedo. Yo los silbaba, los llamaba y ustedes más corrían.-- y volvió a reírse burlonamente de sus amigos y recalcó irónicamente.-- ¡El muerto no asusta!...