domingo, 25 de diciembre de 2011

SOLEDAD EN NAVIDAD


El reloj  avanza a paso lento,
El tiempo se niega  a continuar su travesía,
El cielo derrama  sus lágrimas amargas,
 Anunciando  un trágico final…

Estoy   solo, tan solo…
Mi  alma ha fugando al etéreo,
Mis sentimientos agonizan lentamente,
 Mi  cuerpo expira si  remedio…

Mis oídos ya no sienten el tañer de las campanas,
Mi olfato ya no percibe el olor a Nochebuena,
Mi vista ya no ve a Santa Claus
Y mi tacto ya no siente el calor de la hermandad…

¡Cara ilusión del ser humano,
En  esperar  cada año:
  Una hermosa Navidad!

viernes, 9 de diciembre de 2011

103 Aniversario Pueblo Nuevo de Colán

Pintura literaria de la historia de Pueblo Nuevo de Colán,
 por el Lic. Fabián Bruno Remigio

sábado, 5 de noviembre de 2011

UN NUEVO AMANECER


Un nuevo amanecer,
Un nuevo latir,
Colán, distrito;
Somos todos:



                      Unidos en la fe, a DIOS,
                      Unidos en un solo ideal…                      
                      Unidos en la esperanza
                        De un mundo mejor.

 Unidos en la naturaleza
que Dios nos prodigó:
Unidos en el radiante sol de Colán
Y de la majestuosa luna de Paita,
Unidos en el trabajo de las fértiles tierras,
del ubérrimo valle del Chira,
unidos en la boda eterna,
entre el Chira y el mar.

           Un nuevo  sentimiento:                                           
Colán, distrito; Pueblo Nuevo, Capital:
                  Somos todos;
                  Unidos en un solo latir ,
                  en un solo corazón:
                  ¡El corazón Peruano!

viernes, 23 de septiembre de 2011

El algarrobo en forma de Cruz



Bendita creación: inefable, inexplicable, mágica para el insignificante ser humano. Todo está, nada falta y la naturaleza más extraordinaria y perfecta ha sido forjada por el artista más dotado y erudito del mundo. Malpaso, lunar minúsculo del mundo, fue premiado con una espléndida obra de arte: “Un hermoso algarrobo” que la bendita mano creadora esculpió en forma de “Cruz”. Su existencia y su extraña forma han motivado, a nuestros creativos pobladores, contar fantásticas leyendas a cerca de él.

Aquella extraordinaria creación, encontrábase a poca distancia del pueblo, en un pequeño bosque de sapotes, algarrobos y vichayos. Al centro había una parte despoblada de forma circular, donde erigíase imponente el fibroso algarrobo en forma de cruz. Según, los lugareños, por las noches se escuchaban gritos y quejidos que estremecía la calma de la noche. Allí, numerosos animales saltaba y giraban alrededor de aquel extraordinario árbol y, de rato en rato, miraban hacia el cielo y emitían lastimeros aullidos. Los pobladores del lugar estaban aterrorizados por lo que venían sucediendo y creían que esos grotescos animales eran personas hechizadas y poseídas por un demoniaco espíritu maligno.
Cierto día, un viajero que venía de “El Arenal” pasó por aquel lugar: grande fue su sorpresa al ver, en el lugar donde estaba el algarrobo, la danza infernal de las bestias hechizadas, que aullaban atormentando el silencio de la noche. El viajero se estremeció al contemplar tan horrendo espectáculo. Después de algunos minutos de vacilación, tomó valor y dijo para sí “Yo no creo en estas sonseras” y desafiante penetró en aquel lugar tratando de hacer huir a aquellas hijas del mal. De pronto se vio rodeando por aquellos extraños animales, que rugían ferozmente y mostraban sus enormes y amarillentos colmillos. Manuel sintió desfallecer, pensó que su fin había llegado. Su cuerpo se desplomó cayendo de rodillas. No sabía que hacer. En ese instante divisó aquel algarrobo en forma de cruz, que esta frente a él. Elevó sus manos, Rezaba desesperadamente e imploraba que aquella forma bendita le ayude; mientras tanto, las diabólicas criaturas aullaban, rugían, se retorcían revolcándose en el suelo. Entre ellas, clavábanse las uñas y mordíanse con desesperación. El asustado hombre, impulsado por el instinto de sobrevivencia, trató salir de aquel círculo de monstruosas criaturas. Pero una chiva negra con cara de gato, ojos de candela y de hocico alargado le salió al frente.
— ¿Por qué nos atormentas? – Inquirió la cabra, con voz de mujer.
—¿Quién eres? – Temeroso preguntó Manuel.
—Soy la más veterana de este lugar y las demás son como yo—respondió la diabólica mujer— Por no matar a nuestros padres, el amo de la noche nos ha convertido en miserables bestias, condenándonos a comer muertos y danzar eternamente alrededor de este miserable árbol y su maldita forma nos hace sentir que filudos cuchillos atraviesan nuestros cuerpos y nuestras entrañas son devoradas por insoportable llamas. Y, ¡Tú!, ¡Impertinente!, Vienes a incrementar nuestro tormento.
Dicho esto las infernales bestias reanudaron su macabro ritual y se abalanzaron sobre el indefenso hombre, que de rodillas clamaba ayuda a aquel algarrobo de extraña forma que abría sus brazos al cielo pidiendo salvación para aquel desvalido hombre.
Al otro día, un campesino que pasaba por el lugar vio cerca de aquel árbol en forma de cruz una extraña figura. Asustado corrió hacia el pueblo y avisó a los pobladores, quienes de inmediato, armados de piedras y palos se encaminaron hacia aquel solitario lugar.
-- ¡Es Manuel! ¡Es Manuel! – Gritó uno de los moradores.
Sí era Manuel. Era aquel hombre, que en la noche anterior había sido atacado por las diabólicas bestias del monte. Allí estaba arrodillado, con las manos abiertas y con la vista desorbitada: parecía una estatua. Su cuerpo estaba rígido y su rostro pálido como la cera.
--¡Manuel! ¡Manuel!—Dijo Luis, tomándolo de los hombres. Lo sacudió fuertemente y le propinó fuertes cachetadas. De pronto, Manuel volvió en sí y aturdido miraba a todos lados, hasta que su vista se posó en aquel misterioso árbol y lloró como un niño. Ya calmado, contó a sus amigos aquella amarga experiencia.
--¡Este bendito algarrobo me salvó! Me salvó de esos condenados animales que asustan a la gente. Pensé que me iban a llegar al infierno, pensé que me iban a comer; pero de los brazos de este bendito monte salieron impresionantes bolas de fuego que envolvieron en llamas a esas infernales criaturas. Yo perdí el conocimiento y me que dé así como ustedes me encontraron.

Desde aquel día, los pobladores colocan flores al ALGARROBO EN FORMA DE CRUZ, y nunca más esas almas condenadas volvieron a salir y “Malpaso” pudo vivir sin miedo y en paz...

domingo, 24 de julio de 2011

AMARGO REINO

Tierra amada,
Fuente inagotable de riquezas:
Eres todo y eres nada.
Eres terrestre paraíso
Donde existe pan,
Existe luz,
Existe agua
.


Eres reino de niños que agonizan
Con el pellejo pegado al esqueleto,
Eres reino de mujeres de abultado vientre
Incapaces de alumbrar su abnegado fruto,
Y, de jóvenes ancianos que mueren lentamente
Condenados por la inercia de sus fuerzas.


Eres reino…,
¡Amargo reino!
Donde truena el incesante tijerear
De las alas injustas de este mundo;
Eres infierno que consumes en tus llamas:
El amor,
La paz
Y la justicia…

domingo, 19 de junio de 2011

Papá: El reto más grande del mundo

El reto más grande del mundo

es ser un buen Papá.

El Papá, es el ídolo de su hijo,

es el espejo en el cual se mira.



Para un hijo, el papá, es su héroe,

su profesor, su amigo,

es el líder, del cual, se siente orgulloso

y a quien quiere imitar.

Para un hijo, la sabiduría de un papá

es sagrada, es vital;

es lo que, lo dislumbra, lo sorprende,

es lo que marca la diferencia con otro individuo.


Ser papá es el reto más grande del mundo,

es transmitir con responsabilidad

nuestros conocimiento, nuestras experiencias,

y nuestra sabiduría a nuestros hijos.


Lo que sembremos en ellos,

serán los pilares, en la cual ellos construirán

su camino, su andar, su futuro.

Piensa, por un momento, en el futuro de tu hijo…

piensa en el ser humano que estás formando,

pregúntate ¿Qué clase de persona será?

¿Qué es, lo bueno que aprendió de ti?

¿Qué ciudadano darás a la sociedad?...


Hoy es un nuevo día.

Cada día es una nueva oportunidad:

sembremos amor en nuestros hijos,

sembremos justicia y trabajo,



¡FELIZ DÍA PAPÁ!

domingo, 8 de mayo de 2011

MI MADRE ESTÁ AUSENTE



Mi madre no está presente,
Hoy está ausente…
Extraño su sonrisa, su mano tierna,
Aquellos ojos llenos de bondad,
Y de mirada tierna y sincera.
Extraño su voz suave y cariñosa,
Extraño el latir de tu sensible corazón…

Mi madre no está presente,
Hoy está ausente…
Pero, mi amor a ti
Reposa fresco en mi corazón,
Mi mente guarda el libro
De tus sabias enseñanzas
Y el ejemplo de tu actuar, en este mundo.

¡Madre, hoy no estás presente!,
Pero en mi corazón sí lo estás.
Hoy estás ausente,
Porque tu corazón de madre así lo quiere,
Porque buscas la salud de una de tus hijas.
Cuántas peripecias estarás pasando,
Cuántos sinsabores, saborearán tus tiernos labios;
Pero, el ímpetu de tu esfuerzo será recompensado.

¡Dios mío, tú que fuiste testigo
Del sufrimiento de tu madre!
Dale, a mi madre, un gran regalo;
“Un milagro en el Día de la Madre”…





¡Feliz Día, querida, Madre, que Dios te bendigas y te proteja
Y que la fe en Dios te fortalezca!

¡Felicidades a todas las madres el mundo, un fuerte abrazo!

sábado, 9 de abril de 2011

EL ENCANTO DE LA PEÑA



Llegó la hora del lamento, del graznar de las lechuzas, del chirriar de los grillos. Llegó la hora de las almas sin descanso eterno y la luna dejó caer su cabellera plateada sobre aquella enorme peña que vibró, cual si recibiera una descarga eléctrica. Aquella peña abrió su puerta imaginaria al compás de una contagiante música y hermosas lucecillas relumbraron y estallaron en el aire dando paso a pequeños hombrecillos y mujercillas de piel verdosa que danzaban alrededor de aquel imponente ser. Poco a poco aparecieron las hijas de Eva, de pelo ensortijado, piel canela y exuberante cuerpo. Tras de ellas, apareció un enorme gallo de brillantes plumas y sobre él, un diminuto hombrecillo tocaba flauta. De pronto, un aullido se escuchó y apareció la escuálida figura del Dueño de la noche, que estremeció el aire de un sonoro latigazo y la música tomó un encanto mágico. Aparecieron hombres y mujeres de brillante vestimenta multicolor y mecánicamente formaron cuatro filas. El látigo volvió a golpear el aire y aquella extraña comitiva inició su recorrido…

Aquella caravana giraba por la Plaza de Armas y suavemente la luna le abría paso. ¡Oh, qué extraordinario espectáculo! ¡Bello! ¡Contagiante! ¡Irresistible a la mirada de cualquier mortal! Las hijas de Eva meneaban sus curvilíneos cuerpos. Las mujercillas y hombrecillos verdes saltaban haciendo piruetas en el aire. Los hombres y mujeres dibujaban inefables coreografías y la pedrería resplandecía en la noche. El Señor de las tinieblas chicoteaba el látigo y la música, encantadora de la flauta, fluía embrujando los oídos del alma humana. Este extraordinario espectáculo: era “El encanto de la peña” que recorría las calles del pueblo en busca de almas…

—¡María!— grito José— Manuel no está en la cama ¿ dónde está ese churre?.

— No sé— respondió con temor la madre.

—¿Cómo que no sé? A caso tú no eres la que te encargas de los churres…

José, muy temprano, había ido a buscar a su hijo para castigarlo; pues, el día anterior, no había cumplido con los deberes encomendados y como era costumbre, a las primeras horas de la mañana, debía hacer “justicia”; pero Manuel había fugado…

Cuando aclaró el día, los padres salieron en busca de Manuel. Visitaron casas de familiares, de amigos, de compadres y nada; no daban razón del pequeño fugitivo. Preocupados, llegaron hasta la casa del “curadero” del pueblo, según la gente era “buenazo”, todos le profesaban una fe indescriptible. Éste los hizo pasar y les ofreció asiento sobre unos troncos de algarrobo. Sacó su baraja y la esparció sobre la vieja mesa de sauce. Frunció el ceño, sus amarillentos dientes comenzaron a masticar palabras que abortaban en aquellos agrietados labios y después de meditar y descifrar el contenido que aquellas viejas cartas dijo:

—Su hijo está perdido— hizo una breve pausa y su callosa mano tomó una carta— se llama Manuel ¿Verdad?

— ¡Sí! ¿Dónde está?— Preguntó la desesperada la madre.

—Su hijo está en la peña— respondió el curandero— allí se encantó a noche, pues en noches de luna llena se abre el encanto.

— ¡Dios mío, qué desgracia! ¿Por qué nos castigas?— exclamó José.

—¡Calla!— increpó el curandero— hombre de poca fe, Dios no castiga; sino, nosotros mismos nos castigamos con las malas acciones que hacemos… ¿cómo te atreves a castigar a una criatura inocente? y ¿ahora te lamentas? ¡Qué esto les sirva de lección!... Yo les diré como rescatar a su hijo, ¡Ah! Pero no deben tener miedo y todo lo deben hacer con mucha fe y al pie de la letra.

José fue al campo y cumplió las recomendaciones del “curandero”. Mató diferentes pájaros de todo tamaño y de plumaje variado, recolectó pepas de guaba y piñón y cuando regresó a casa preparó un brebaje y desplumó a las aves e hizo una colección de vistosísimo plumaje.

Al llegar la hora del lamento, del graznar de las lechuzas, del chirriar de los grillos; los esposos, llenos de fe y esperanza se encaminaron hacia la salida del pueblo, allá donde dormitaba aquella legendaria peña… Y llegó la hora de las almas sin descanso eterno y la luna dejó caer su cabello plateado y José cargado de valor gritó:

— ¡Satanáááááá´sssss, Satanáááááá´sssss…! ¡saaaalllll de dónde estááááásssss! ¡Saaaaalllll, Satanáááááá´sssss!

De pronto la peña se estremeció y una fuerte explosión se escuchó y la negra boca de la peña abrió dejando escapar deformes siluetas de humo y, entre ellas, apareció el Señor de la noche:

— ¿Quién interrumpe mi placer?— colérico vociferó Luzbel.

— ¡Soy yo!— respondió José— quiero hacer un pacto contigo.

— ¿Un pacto?— inquirió el Señor de las tinieblas y sacó su larga lengua y lamió sus gruesos labios— ¿Quieres fortuna? ¿Mujeres? ¿Poder?...

—No, no quiero nada de eso ¡Sólo quiere que me devuelvas a mi hijo!

— ¿Tu hijo? ¿Es aquel que anoche vino a disfrutar de mi reino? — ¡Sí, es él! le doy lo que quiera, pero devuélvamelo. — Está bien, pero quiero tu alma. — ¡Acepto!— presuroso contestó José.

De inmediato, el Señor de la noche elevó sus manos y evocó un conjuro y aquella peña cobró vida y de un bostezó dejó salir a Manuel, quien al ver a su padre corrió a sus brazos. El padre estrechó fuertemente a su hijo y con suaves caricias le demostró todo su amor. Este tierno cuadro irritó al Ángel maldito.

— ¡Basta! — Exclamó la voz pecadora— ¡Date prisa que no tengo tiempo que perder.

— ¡Calme, gran señor! Antes de entregarle mi alma, déjeme darle un hermoso regalo, que segurito le va a gustar ¡Venga! ¡Sígame! ¡Ahí está!— llegaron al lugar donde se estaba un extraño animal de vistosísimo plumaje.

— ¡Oh, que rara especie!— sorprendido exclamó el maquinador de entuertos— Nunca en mi reino he visto un pájaro tan extraño de cuatro patas, plumaje multicolor y… ¿su cabeza?... ¿Dónde está su cabeza?

— ¡Allí!— dijo José y señaló el negro orificio que estaba entre las patas de aquel extravagante animal. El creador de intrigas se agachó tratando de ver la cabeza de aquel extraño animal. De pronto, un asqueroso chiflonazo se estrelló en el rosto del maligno: era excremento que por acción del brebaje de piñón y guaba salía incontenible del recto de María. Era ella cuyo cuerpo desnudo estaba cubierto de las vistosas plumas de las aves que mató su esposo. El pestilente excremento destilaba por su luenga barba y la penetrante fetidez lo hacía estornudar irrefrenablemente. El demonio maldecía, se limpia, se agarra el vientre, vomitaba hasta que su cuerpo se fue inflando como un globo y reventó en mil pedazos. Una fuerte humareda invadió el ambiente y el irritable olor a azufre se apoderó del aire. En ese instante, la enorme peña retumbo y un fuerte alarido se escuchó. La noche dejó caer su velo negro y unas aves negras salieron graznando quejosamente y volaron hacia el negro infinito…

Cuentan que desde aquel día, nunca más se abrió el “Encanto de la peña”…

jueves, 10 de marzo de 2011

CLAMOR DE UN MAESTRO

Señor, soy maestro y vivo atormentado:
Mi alma se estremece de impotencia,
mi ser se enloda en la miseria;
al sentir el filudo acero de la blasfemia

Señor, soy maestro y soy humano:
¡Ay de mí por usurpar tu bendito cargo!
¡Ay de mí por no honrar tu trabajo santo!
¡Ay de mí por ser un ser humano!

Señor, exigen perfección
en este pobre barro:
que siente, padece,
ríe, llora...

Señor, exigen perfección,
exigen santidad:
"blasfemia imposible de cumplir,
porque el ser más perfecto eres tú:

Señor, a tí estoy clamando
para que guíes el trabajo encomendado,
pues no soy un hombre santo:
sólo soy un ser humano.

miércoles, 2 de febrero de 2011

UN GESTO DE HERMANDAD


Contemplaba aquel prodigio del cielo, que se deslizaba por la Cordillera del Cóndor, acariciando alegremente su cauce. A su paso aplacaba la sed del ganado y las bestias de carga, nutrían las fértiles tierras del campo y refrescaba nuestros cuerpos haciéndonos disfrutar en hermandad la estación veraniega. El río, aquel río que apaga la sed, que nutre, que refresca y da alegría; no es un río que separa, que divide; al contrario une, enlaza; comparte costumbres, cultura, amistad… Es una bendición divina, que el hombre terreno ha tomado como línea fronteriza para incubar odio y rebeldía contra la patria del hermano.

Aquellas aguas me saludaban alegremente y de vez en cuando, su bulliciosa voz, me decía algo indescifrable. Mi concentración sin límites hizo brotar, de sus aguas, trágicas imágenes del pasado: “Yo, con mi rostro pintado y con mi equipo de campaña, avanzaba entre los matorrales, asiendo fuertemente mi fusil y resistiendo aquel casco de acero que me incomodaba, pero me protegía de una inminente muerte. Avanzábamos lentamente hacia nuestro puesto fronterizo. De pronto una gran explosión se escuchó y un grito desgarrador agujereó nuestras almas: una mina había estallado y el cuerpo de un compañero había volado por el aire. Corrimos desesperadamente al lugar de la explosión: de las hojas de los árboles goteaba la espesa sangre y la pierna arrancada de su cuerpo saltaba como un canguro; allí yacía nuestro compañero con una pierna destrozada y con el cuerpo impregnado de perdigones”.

— ¡Pedro, Pedro!-- se escuchó decir. La bronca voz de Luis me trajo a la realidad— ¡Vamos a bañar!—me dijo—el agua está riquísima— Me quedé contemplando la hermosa playa. Tres jóvenes, en la otra orilla, se internaron en aquellas encantadoras aguas. Pero los trágicos recuerdos impidieron que siguiera a Luis.

—Anda tú, yo voy después—le dije. Y volví a posar la mirada en aquel ser que da vida, que da alegría. De inmediato las imágenes del pasado volvieron a mi mente: “Mi compañero gritaba de dolor y la sangre fluía desenfrenadamente de la pierna mutilada.

— ¡Monos, desgraciados! ¡Ya nos jodieron! — Expresó colérico el Capitán— han minado el camino. ¡Y, tú! ¡Qué haces parado como un… que no traes el botiquín!— de inmediato el enfermero del pelotón se puso en acción. Saco un trapo y lo metió en la boca del herido.

¡Muerde!— le ordenó— No es nada, pronto vas a estar bien— le animó, mientras tanto, aplicaba un torniquete y curaba la zona afectada.

Este horrible incidente infundió temor en algunos soldados de la tropa, otros rebozábamos de coraje por tan criminal acción. El odio, ese odio que muerde, que destroza, que corroe, fue creciendo en nuestros corazones hasta rebotar en maldiciones, improperios, en arengas…: Queríamos tenerlos cerca para que pagaran, minuto a minuto, el dolor causado. Gritábamos furiosos hambrientos de venganza, hasta que una ráfaga de tiros surcó el aire.

— ¡Los monos, son los monos…!— con estruendosa voz, nos alertó el vigía.

Corrimos a cubrimos tras los enormes troncos de los seibos, sin olvidar al compañero herido. Al frente estaba el enemigo; unos, trepados en los árboles; otros camuflados entre los arbustos. Nuestros fales vomitaron fuego tratando de apagar las balas enemigas. Aquellas máquinas de la muerte temblaban en nuestras manos como bestias enloquecidas y su violento martillar estremecían nuestros cuerpos. El infierno se había desatado: Las balas iban y venía en busca de carne humana; pero aquellos escudos vegetales se interponía en su camino. Se escuchaban los clásicos gritos de la guerra y gritos de dolor arrancados por las balas que, de vez en cuando, rozaban o rasgaban nuestros cuerpos…

— ¡Auxilioooo! ¡Auxilioooo! ¡Socorrooo!...

Salte como impulsado por un resorte. Mi corazón latió desenfrenadamente cuando divisé de donde provenía aquel suplicante grito. Luis, mi fiel amigo, mi hermano, luchaba con la muerte. Tres ecuatorianos iban hacia él moviendo aceleradamente sus robustos brazos. Corrí a su rescate y sin medir el peligro me interné en aquel trágico escenario donde mi compañero luchaba por su vida. Nadaba y nadaba como un loco, tratando de alcanzar a Luis. Él luchaba por mantenerse a flote. Levantaba las manos y pedía auxilio. Por ratos desaparecía y volvía a parecer. Los ecuatorianos se acercaban, cada vez más. Yo trataba de ganar terreno para llegar pronto a su rescate, pero las fuerzas abandonaban a mi amigo, que trataba de aferrarse a la vida. Levantó las manos con desesperación para asirse en algo, pero ya no pudo más; aquel inesperado enemigo lo había derrotado: Sí, Luis había sucumbido ante aquel elemento natural que da alegría y da tristeza, que da la vida y trae muerte. Allí, en aquel trágico lugar, me encontré frente a frente con mis enemigos.

— ¡Se ahogó!— apenado exclamó un ecuatoriano.

— ¡Sí, se ahogó! — le contesté tratando contener las lágrimas.
— Tratamos de ayudarlo, pero fue imposible— me consoló otro.

— Vamos a buscarlo— me dijeron.

Iniciamos la titánica búsqueda. Aquel río se burlaba de nosotros haciéndonos sentir como seres insignificantes que no comprendemos la creación divina. Las horas transcurrían y transcurrían y nuestros esfuerzos eran infructuosos. Agotados decidimos interrumpir la búsqueda y nadamos hacia la orilla. Allí comenzamos a cavilar mil estrategias para rescatar el cuerpo del infortunado Luis.

— ¡Ya tengo la solución!— interrumpió nuestras cavilaciones un amigo ecuatoriano— El Taita Jacinto nos puede ayudar.

— ¡Sí! — respondieron los otros— él nos ayudará.

¿Quién era el taita Jacinto? Era un anciano que a sus 75 años se conservaba fuerte como un roble. Su cabellera cana caía sobre sus hombros y daba a su rostro surcado por los años una expresión de ídolo mítico. Él gozaba de mucho prestigio y respeto de los lugareños de aquel pueblito ecuatoriano que estaba cerca del río. Corrimos angustiados hacia su humilde choza. Estaba sentado sobre el suelo con sus piernas entrelazadas masticando sus pensamientos. Nos escudriño minuciosamente y a primera vista descubrió que yo era peruano y seguro de sí, afirmó:

— Tu amigo se ha ahogado ¿Verdad? — le respondí afirmativamente y me quedé sorprendido ¿Cómo taita Jacinto había adivinado aquellos sucesos trágicos?. Esto me hizo confiar en él. Caí de rodillas y entre lágrimas supliqué.
— ¡Por favor! ¡Por favor, salve a mi amigo!.
Su sensible corazón de humano se impuso y con voz paternal me dijo:

— No te preocupes, vamos a rescatar a tu amigo— de inmediato se puso en acción. Abrió un viejo baúl: sacó varios objetos, los envolvió en una manta y los colocó en un enorme poto, de aproximadamente metro y medio de diámetro. Salimos cargando aquel raro equipaje. Mi mente quería adivinar para qué servirían aquellos objetos y tejía mil conjeturas. Así desenredando aquella telaraña de supuestos llegamos a las fatídicas aguas del río. Taita Jacinto tendió una manta y sobre ella colocó la serie de objetos que había llevado. Abrió una botella y roció un líquido que perfumó el ambiente, entre sus dientes masticaba palabras inteligibles, prendió una vela y goteó cera en el centro de aquel enorme poto, allí pegó un viejo Sucre y sobre él dejó descansar el iluminado cirio. Se acercó a la orilla y sentó sobre las aguas el enorme poto y lo empujó con sus callosas manos. El poto inicio su viaje arrastrado por el vaivén aguas. Taita Jacinto inició un extraño ritual invocando almas, invocando cerros, invocando santos e ídolos extraños; con su espada de acero cortaba el aire y escupía al cielo el líquido perfumado. Por la orilla seguíamos la trayectoria de aquel misterioso bote que viajaba a la deriva sobre el cuerpo ondulado del río. La tarde envejecía poco a poco. De pronto, el poto se detuvo y empezó a girar, sobre su eje, a gran velocidad como queriendo agujerear aquella parte del río, formándose de inmediato un gran remolino que penetraba las entrañas del río. La vela se apagó y Taita Jacinto gritó.

—¡Allí, Allí está!...

De inmediato mis amigos se lanzaron a las aguas y fueron tragados por el voraz remolino. Mi corazón quería explotar de angustian. Me jalé los cabellos. No era posible que mis nuevos amigos hubieran sido tragados por las furiosas aguas del río. ¡No! ¡No era posible!... Aquel remolino fue muriendo poco a poco y las aguas recobraron su habitual tranquilidad dejando emerger los cuerpos de los tres rescatistas que levantaron sus manos en señal de victoria y nadaron trayendo consigo el infortunado cuerpo de Luis. Corrí hacia donde yacía aquel cuerpo inerte. La desesperación turbaba mi mente. Le di respiración boca a boca, le aplique masajes al corazón, flexionaba su cintura… y nada. No quería aceptar que mi amigo estaba muerto. Lloré y lloré como un niño. No había nada que hacer: Luis había sido elegido por la ruleta de la muerte. Miré aquellos amigos, aquellos hermanos que compartían mi dolor y comprendí muchos enigmas de la vida: Los enemigos de batalla hoy son amigos. Aquel anciano mítico sin importarle mi nacionalidad compartió su creencia, su tradición, me tendió la mano en este momento trágico. El rencor por el vecino voló hacia el infinito. Sentí una gran paz en mi alma. Y comprendí la gran dimensión de la hermandad.

La rueda de la vida sigue girando y todos los seres del mundo estamos allí, sin comprender las vueltas y vueltas que da alrededor del mundo...

sábado, 1 de enero de 2011

Un año lleno de esperanza

Iniciamos un año nuevo con la Esperanza de siempre: “Que tengamos prosperidad” “que las metas se cumplan” o “Que la felicidad reine en nuestros hogares”, etc. Siempre está presente, en nuestros corazones, en nuestra mente, ese ideal utópico de vivir en paz y felicidad. Pero los años transcurren: los hombres pasan, la tecnología y la ciencia avanza y la tierra, cada día, se envejece y seguimos esperando la ansiada “Paz y Felicidad”, ideales que cada día son más esquivos, que cada año se alejan más y más, y cada siglo se alejan a mil por hora, siendo imposible de alcanzar por el ser humano. Pero pasaran los días, pasarán los años y pasarán los siglos y siempre estarán presente “La Esperanza” que es la única que aún anida: fresca, joven y palpitante en el corazón de la humanidad.

Ojalá que algún día hagamos lo que deseamos y deseemos lo que hacemos; tal vez rodeados de nuestros seres queridos, tal vez recibiendo el abrazo fraterno de los amigos, o tal vez brindando hospitalidad al forastero, sin el temor de ser atacado o que nuestra humilde vivienda sea saqueada. Para lo cual debemos tener en cuenta que La riqueza de un humano se mide por la cantidad y calidad de sus sentimientos, de sus valores, de sus ideales”.

Cuando te duela mirar hacia atrás y te dé miedo mirar hacia delante, mira hacia la izquierda o la derecha que allí siempre estará a tu lado una mano amiga…

¡Feliz 2011!