
Bendita creación: inefable, inexplicable, mágica para el insignificante ser humano. Todo está, nada falta y la naturaleza más extraordinaria y perfecta ha sido forjada por el artista más dotado y erudito del mundo. Malpaso, lunar minúsculo del mundo, fue premiado con una espléndida obra de arte: “Un hermoso algarrobo” que la bendita mano creadora esculpió en forma de “Cruz”. Su existencia y su extraña forma han motivado, a nuestros creativos pobladores, contar fantásticas leyendas a cerca de él.
Aquella extraordinaria creación, encontrábase a poca distancia del pueblo, en un pequeño bosque de sapotes, algarrobos y vichayos. Al centro había una parte despoblada de forma circular, donde erigíase imponente el fibroso algarrobo en forma de cruz. Según, los lugareños, por las noches se escuchaban gritos y quejidos que estremecía la calma de la noche. Allí, numerosos animales saltaba y giraban alrededor de aquel extraordinario árbol y, de rato en rato, miraban hacia el cielo y emitían lastimeros aullidos. Los pobladores del lugar estaban aterrorizados por lo que venían sucediendo y creían que esos grotescos animales eran personas hechizadas y poseídas por un demoniaco espíritu maligno.
Cierto día, un viajero que venía de “El Arenal” pasó por aquel lugar: grande fue su sorpresa al ver, en el lugar donde estaba el algarrobo, la danza infernal de las bestias hechizadas, que aullaban atormentando el silencio de la noche. El viajero se estremeció al contemplar tan horrendo espectáculo. Después de algunos minutos de vacilación, tomó valor y dijo para sí “Yo no creo en estas sonseras” y desafiante penetró en aquel lugar tratando de hacer huir a aquellas hijas del mal. De pronto se vio rodeando por aquellos extraños animales, que rugían ferozmente y mostraban sus enormes y amarillentos colmillos. Manuel sintió desfallecer, pensó que su fin había llegado. Su cuerpo se desplomó cayendo de rodillas. No sabía que hacer. En ese instante divisó aquel algarrobo en forma de cruz, que esta frente a él. Elevó sus manos, Rezaba desesperadamente e imploraba que aquella forma bendita le ayude; mientras tanto, las diabólicas criaturas aullaban, rugían, se retorcían revolcándose en el suelo. Entre ellas, clavábanse las uñas y mordíanse con desesperación. El asustado hombre, impulsado por el instinto de sobrevivencia, trató salir de aquel círculo de monstruosas criaturas. Pero una chiva negra con cara de gato, ojos de candela y de hocico alargado le salió al frente.
— ¿Por qué nos atormentas? – Inquirió la cabra, con voz de mujer.
—¿Quién eres? – Temeroso preguntó Manuel.
—Soy la más veterana de este lugar y las demás son como yo—respondió la diabólica mujer— Por no matar a nuestros padres, el amo de la noche nos ha convertido en miserables bestias, condenándonos a comer muertos y danzar eternamente alrededor de este miserable árbol y su maldita forma nos hace sentir que filudos cuchillos atraviesan nuestros cuerpos y nuestras entrañas son devoradas por insoportable llamas. Y, ¡Tú!, ¡Impertinente!, Vienes a incrementar nuestro tormento.
Dicho esto las infernales bestias reanudaron su macabro ritual y se abalanzaron sobre el indefenso hombre, que de rodillas clamaba ayuda a aquel algarrobo de extraña forma que abría sus brazos al cielo pidiendo salvación para aquel desvalido hombre.
Al otro día, un campesino que pasaba por el lugar vio cerca de aquel árbol en forma de cruz una extraña figura. Asustado corrió hacia el pueblo y avisó a los pobladores, quienes de inmediato, armados de piedras y palos se encaminaron hacia aquel solitario lugar.
-- ¡Es Manuel! ¡Es Manuel! – Gritó uno de los moradores.
Sí era Manuel. Era aquel hombre, que en la noche anterior había sido atacado por las diabólicas bestias del monte. Allí estaba arrodillado, con las manos abiertas y con la vista desorbitada: parecía una estatua. Su cuerpo estaba rígido y su rostro pálido como la cera.
--¡Manuel! ¡Manuel!—Dijo Luis, tomándolo de los hombres. Lo sacudió fuertemente y le propinó fuertes cachetadas. De pronto, Manuel volvió en sí y aturdido miraba a todos lados, hasta que su vista se posó en aquel misterioso árbol y lloró como un niño. Ya calmado, contó a sus amigos aquella amarga experiencia.
--¡Este bendito algarrobo me salvó! Me salvó de esos condenados animales que asustan a la gente. Pensé que me iban a llegar al infierno, pensé que me iban a comer; pero de los brazos de este bendito monte salieron impresionantes bolas de fuego que envolvieron en llamas a esas infernales criaturas. Yo perdí el conocimiento y me que dé así como ustedes me encontraron.
Desde aquel día, los pobladores colocan flores al ALGARROBO EN FORMA DE CRUZ, y nunca más esas almas condenadas volvieron a salir y “Malpaso” pudo vivir sin miedo y en paz...
Aquella extraordinaria creación, encontrábase a poca distancia del pueblo, en un pequeño bosque de sapotes, algarrobos y vichayos. Al centro había una parte despoblada de forma circular, donde erigíase imponente el fibroso algarrobo en forma de cruz. Según, los lugareños, por las noches se escuchaban gritos y quejidos que estremecía la calma de la noche. Allí, numerosos animales saltaba y giraban alrededor de aquel extraordinario árbol y, de rato en rato, miraban hacia el cielo y emitían lastimeros aullidos. Los pobladores del lugar estaban aterrorizados por lo que venían sucediendo y creían que esos grotescos animales eran personas hechizadas y poseídas por un demoniaco espíritu maligno.
Cierto día, un viajero que venía de “El Arenal” pasó por aquel lugar: grande fue su sorpresa al ver, en el lugar donde estaba el algarrobo, la danza infernal de las bestias hechizadas, que aullaban atormentando el silencio de la noche. El viajero se estremeció al contemplar tan horrendo espectáculo. Después de algunos minutos de vacilación, tomó valor y dijo para sí “Yo no creo en estas sonseras” y desafiante penetró en aquel lugar tratando de hacer huir a aquellas hijas del mal. De pronto se vio rodeando por aquellos extraños animales, que rugían ferozmente y mostraban sus enormes y amarillentos colmillos. Manuel sintió desfallecer, pensó que su fin había llegado. Su cuerpo se desplomó cayendo de rodillas. No sabía que hacer. En ese instante divisó aquel algarrobo en forma de cruz, que esta frente a él. Elevó sus manos, Rezaba desesperadamente e imploraba que aquella forma bendita le ayude; mientras tanto, las diabólicas criaturas aullaban, rugían, se retorcían revolcándose en el suelo. Entre ellas, clavábanse las uñas y mordíanse con desesperación. El asustado hombre, impulsado por el instinto de sobrevivencia, trató salir de aquel círculo de monstruosas criaturas. Pero una chiva negra con cara de gato, ojos de candela y de hocico alargado le salió al frente.
— ¿Por qué nos atormentas? – Inquirió la cabra, con voz de mujer.
—¿Quién eres? – Temeroso preguntó Manuel.
—Soy la más veterana de este lugar y las demás son como yo—respondió la diabólica mujer— Por no matar a nuestros padres, el amo de la noche nos ha convertido en miserables bestias, condenándonos a comer muertos y danzar eternamente alrededor de este miserable árbol y su maldita forma nos hace sentir que filudos cuchillos atraviesan nuestros cuerpos y nuestras entrañas son devoradas por insoportable llamas. Y, ¡Tú!, ¡Impertinente!, Vienes a incrementar nuestro tormento.
Dicho esto las infernales bestias reanudaron su macabro ritual y se abalanzaron sobre el indefenso hombre, que de rodillas clamaba ayuda a aquel algarrobo de extraña forma que abría sus brazos al cielo pidiendo salvación para aquel desvalido hombre.
Al otro día, un campesino que pasaba por el lugar vio cerca de aquel árbol en forma de cruz una extraña figura. Asustado corrió hacia el pueblo y avisó a los pobladores, quienes de inmediato, armados de piedras y palos se encaminaron hacia aquel solitario lugar.
-- ¡Es Manuel! ¡Es Manuel! – Gritó uno de los moradores.
Sí era Manuel. Era aquel hombre, que en la noche anterior había sido atacado por las diabólicas bestias del monte. Allí estaba arrodillado, con las manos abiertas y con la vista desorbitada: parecía una estatua. Su cuerpo estaba rígido y su rostro pálido como la cera.
--¡Manuel! ¡Manuel!—Dijo Luis, tomándolo de los hombres. Lo sacudió fuertemente y le propinó fuertes cachetadas. De pronto, Manuel volvió en sí y aturdido miraba a todos lados, hasta que su vista se posó en aquel misterioso árbol y lloró como un niño. Ya calmado, contó a sus amigos aquella amarga experiencia.
--¡Este bendito algarrobo me salvó! Me salvó de esos condenados animales que asustan a la gente. Pensé que me iban a llegar al infierno, pensé que me iban a comer; pero de los brazos de este bendito monte salieron impresionantes bolas de fuego que envolvieron en llamas a esas infernales criaturas. Yo perdí el conocimiento y me que dé así como ustedes me encontraron.
Desde aquel día, los pobladores colocan flores al ALGARROBO EN FORMA DE CRUZ, y nunca más esas almas condenadas volvieron a salir y “Malpaso” pudo vivir sin miedo y en paz...