sábado, 18 de agosto de 2012

“Entre costumbres y misterios”

                                                   Por: Lic. Fabián Bruno Remigio
Las palabras vienen a nuestras vidas para que nuestros destinos se transformen; las palabras son portadoras del fuego de los dioses. Las palabras nos redimen, nos salvan y nos hacen navegar por otros mundos, que quizá nunca conozcamos de forma personal. Las palabras son fuego, agua, sol, guerra, brujería, mito, costumbre y misterio pleno.

“Entre costumbres y misterios”, libro que el día de hoy presento, es la prolongación de los saberes profundos de nuestros abuelos, son los recuerdos de nuestros padres cuando niños, son las experiencias que ha enfrentado no un hombre, no el autor, sino un pueblo que ha visto que sus antiguas calles polvorientas están desapareciendo. Este libro contiene la vida misma, la vida tan reciente y fresca, aquella que nos duele, y nos hace más fuerte también. Víctor Francisco Pingo Guzmán ha sabido atrapar todos nuestros más íntimos secretos en las páginas que hoy nos regala. Su narrativa es un ejercicio vivo, una marca quemante en las ancas de los potrancos que corren libres en los caminos de los que fueron Chuyma, Cubingas, La Esperanza, Antomira o Santa Laura.

Su narrativa nos traslada al habla misma de nuestra gente, allí una línea común con Víctor Borrero Vargas o Carlos Espinoza León. Las palabras dichas por sus personajes son las mismas que escuchamos en nuestras calles; los diálogos no son otros que los que entablan los campesinos a la hora de la gata, como le llamaba mi abuelo. Los giros lingüísticos son los mismos de esta gente que ha hecho tanto por su pueblo.

La narrativa de Víctor Francisco Pingo Guzmán explora en historias cruentas y tristes; en las que el hombre muchas veces no alcanza el éxito, como no lo alcanzó el personaje de “Rumbo a su destino”, personaje que busca un futuro digno para su familia y que solo encuentra las gradas de un tractor que termina triturándolo en los terrones del 40. Este cuento quizá a muchos de los presentes les haga recordar el accidente del 2 de enero de 1964, en que muere un joven de nombre Abel, cuyo cadáver es levantado por Víctor Julio Pingo Camacho, juez de paz de nuestro pueblo en aquellos años y que resulta ser tío del autor. Con esto podemos decir que Víctor Pingo Guzmán no es un escritor que ha elegido otros universos para desarrollar sus palabras, sino la realidad de su pueblo.
En su narrativa encontramos historias fuertemente ligadas a la brujería, como en “Los pequeños hechiceros”, “El pozo de aguas milagrosas” o “La cabra diabólica”. Estas historias nos trasladan a seres que poseídos por malévolos planes configuran su vida tomando a las artes negras como una forma de vida.

En “Los pequeños hechiceros” nos relata la historia de un grupo de estudiantes que quiere brujear a un profesor de matemática que ha desaprobado a más de uno en el salón. Ellos con determinación ponen en marcha un plan para matar al profesor. ¿Logran matarlo? Es la pregunta que quizá flote en sus mentes en este preciso instante, la respuesta tienen que descubrirla ustedes mismos. Solo manifiesto, lleno de temor, que si los alumnos del Mariscal Castilla planifican otra brujería para matar a un profesor, ese profesor no sea yo.
Pero no todo es tristeza y sangre, la narrativa de Francisco Pingo es también risa desenfrenada, tomadura de pelo, esto lo demuestra en “El hermano que se convirtió” que relata la historia de un hombre con creencias evangélicas que llega con la firme misión de “convertir” a los que están apartados del Señor. Para ello, hace de todo, prohibiendo de forma resuelta, entre otras cosas, la chicha. Pero el personaje en mención no sospecha que en el campo la sed no respeta religiones. Que simplemente es la blanquita, como la llaman nuestros abuelos. Y espero que cuando terminemos este evento, Francisco Pingo me invite una jarra porque ya se me ha atorado un huesito en la garganta.

Este mismo humor se vuelve a notar en “El muerto no asusta”. Cuento que nos hace pensar que muchos de nuestros miedos son producto de las bromas pesadas de otros, que terminan riéndose de nuestra ingenuidad.
La narrativa de Francisco Pingo también explora en la leyenda. Es quizá en esta especie donde tiene sus mayores aciertos. En “El encanto de la peña”, “El pozo de aguas milagrosas”, el autor nos acercan al dolor y la salvación mediante el agua y otros elementos. En “El encanto de la peña” encontramos a unos padres que terminan engañando y burlando nada más y nada menos que al mismísimo diablo, para salvar a su hijo, mediante un artilugio poco usual, pero legendario a la vez.

En “El pozo de aguas milagrosas” nos desgarramos ante el dolor de un cacique que ve a su hija enferma mortalmente por obra de la bruja del pueblo. Y nosotros estamos acompañándolo en su búsqueda por curar a su hija y nos quedamos atónitos cuando Ñariwalac, el dios que todo lo ve, que todo lo sabe, le da el remedio. Y las lágrimas de este cacique son nuestras también. Allí el poder de la literatura.
Francisco Pingo nos enseña también que debemos derribar los prejuicios que nos mantienen atados a nuestro pasado y que no nos dejan crecer. “Un gesto de hermandad” y “Amarga experiencia” nos envuelven en ello y en la reflexión de que los conflictos armados, como el sostenido entre Perú y Ecuador, son inútiles por donde se les mire; que solo siembran tormentos. Y que las ideas “pacomontayescas”, en alusión al nombre de uno de sus personajes, son inútiles.

Los cuentos de Víctor Francisco Pingo Guzmán nos acercan a nuestra historia, a las vivencias de los abuelos, al rumor dulzón de las cumananas, a la comida de nuestras madres, al bagre que espera en las brasas y que comía con gusto mi abuelo, a la chicha de “La Colana”, personaje omnipresente en estas páginas; sus cuentos nos arrojan con violencia a nuestros primeros latidos, a la lámparas a kerosene que utilizaban nuestras madres para escribir sus cartas, a la vida de los campesinos y sus conocimientos milenarios, a las mataperradas de nuestra infancia y adolescencia. Allí su valor de este libro. Víctor Francisco Pingo Guzmán nos ha retratado en sus cuentos y allí habitaremos siempre. Pancho, hoy, rodeado de esta gente, agradezco por el gesto de haberme elegido presentar este tu libro. Y espero que no te olvides de los piqueos y la blanquita que hoy nos esperan donde la Colana.