sábado, 29 de agosto de 2009

LA BRUJERÍA



No puedo dejar de mencionar, como una realidad latente en los confines de nuestro planeta la práctica de la brujería. Práctica que se registra desde los orígenes de la vida.
Consideramos como Brujería al conjunto de creencias, conocimientos prácticos y actividades atribuidos a ciertas personas llamadas brujas (existe también la forma masculina, brujos, aunque es menos frecuente) que están supuestamente dotadas de ciertas habilidades mágicas que emplean con la finalidad de causar daño.

La creencia en la brujería es común en numerosas culturas desde la más remota antigüedad: En el Antiguo Testamento,
concretamente en el Éxodo, se prohíbe la brujería, y se establece que debe ser castigada con la pena de muerte; de igual manera en la Grecia y Roma clásicas, la brujería aparece como una actividad mayoritariamente femenina, lo cual no es de extrañar, ya que la asociación de la mujer con "el Mal" es frecuente en la Biblia. Por lo tanto, las interpretaciones del fenómeno varían significativamente de una cultura a otra. En el occidente cristiano, la brujería se ha relacionado frecuentemente con la creencia en el Diablo, especialmente durante la Edad Moderna, en que se desató en Europa una obsesión por la brujería que desembocó en numerosos procesos y ejecuciones de brujas (lo que se denomina "caza de brujas"). Algunas teorías relacionan la brujería europea con antiguas religiones paganas de la fertilidad, aunque ninguna de ellas ha podido ser demostrada. Las brujas tienen una gran importancia en el folclore de muchas culturas, y forman parte de la cultura popular.

Colán, pueblo mítico de la región Piura, está imbuido en esta realidad y desde tiempos inmemorables se le considera como uno de los centros de la Brujería peruana que ha dado origen a miles de mágicas leyendas nacidas de la mente creativa del hombre norteño. Leyendas que han perennizado a “La Pampa de La Felipita” como centro ceremonial de las brujas y brujos de Colán que ofrecen rituales al Diablo para obtener poder mágico. En el marco de este contestó nace la leyenda “La cabra diabólica”

LA CABRA DIABÓLICA


El blanco disco de la luna con su luz plateada bañaba la anchurosa playa. Las verdosas aguas recogíanses con violencia y paulatinamente formando gigantescas olas que explotaban bramando desgarradoramente. En la playa dos figuras encorvadas jaloneaban los enmarañados hilos de una red. Sus callosas manos buscaban desesperadamente, entre ellas, el marino fruto…

—¡Nada…! ¡Solamente malaguas!—se escuchó decir al más viejo; era un hombre fornido de piel tostada por el sol. El otro hombre que le acompañaba tenía el mismo aspecto de gente ruda moldeada por el trabajo fuerte. En sus rostros se dibujaba la preocupación. Resignadamente dijo:

—Hagamos otro intento, pos seguro que sacamos algo pa’ comer.
—¡No! No se puede… Mire la marea ya se puso alta.
—¡Caramba que mala pata! Este mar es traicionero, un ratito está mansito y más tarde se pone bravo como un león.
—Qué vamos a hacer, compadrito, tal vez mañana logremos pescar alguito.

Resignados, los rudos hombres, recogieron sus redes, echándoselas sobre sus amplios hombros se encaminaron hacia las pequeñas elevaciones de arena que se divisaban a lo lejos. Dos pollinos de color ceniza pararon sus orejas al notar la presencia de los hombres de mar. Allí estaban sus cosas, las recogieron rápidamente y las acomodaron en sus alforjas.

Pocos minutos después, ciñendo filudos puñales, cabalgaban en dirección al pueblo. La noche envejecía más y más. El campo estaba invadido por un silencio fúnebre. Una luz hacía visible los adornos naturales que rodeaban el camino. Cuando llegaron a la Felipita, pampa enorme que se extiende a las afueras de Colán, la noche se hizo negra, el viento soplaba frío y, con un silbido hiriente, penetraba en los blancos huesos de los hombres. Escuchábase el hiriente grito de los grillos y el aullante graznido de los búhos. De pronto la noche se hizo día y vióse que en el centro de la pampa giraba un extraño círculo. Parecían seres humanos que danzaban al compás de una melodía imaginaria; era un grupo de cabras, que giraban alrededor de un negro macho cabrío. Se paraban en dos patas, se balanceaban, giraban y se movían tratando de imitar pasos de un ritmo inefables. El macho cabrío, con su gran barba, sentíanse un rey homenajeado por sus súbditos. Este espectáculo dantesco no intimidó a los viajeros.

—¡Mira, compadrito!— dijo el más viejo— son cabras y están regordas.
—¿De quién serán?— interrogó el otro, mirando a todos lados como queriendo descubrir al dueño.
—Parece que están perdidas, pos ya es más de la media noche.
—Sí, que le parece, cumpita, si empuñamos una cabra, así tendremos pa’ comer mañana.
—¡Buena idea, compadrito…! Ahora sí tendremos algo que llevarle a los churres.

En sus rostros se dibujaba la esperanza, la esperanza de poder alimentar a su familia. Se apearon cuidadosamente tratando de no hacer ruido. Sigilosamente se dirigieron al círculo que giraba rítmicamente. Cuando estaban a pocos metros de sus presas emprendieron veloz carrera. El ganado se espanta, las cabras corren a diferentes direcciones, una de ellas, indecisa, mira a todos lados; no sabe a dónde ir, confusión que es aprovechada por los rudos hombres que caen sobre ella e inmediatamente le atan las patas, luego la conducen con gran esfuerzo hacia el lugar en donde pasivamente esperaban las acémilas y la depositan sobre el lomo de una de ellas. Felices e imaginándose un suculento banquete prosiguieron su camino.

Cuando las aves, con su canto, anunciaban el nacimiento del nuevo día divisaron los guardianes verdes que rodeaban Pueblo Nuevo de Colán. Los hombres se quedaron mirando, el uno al otro. Uno de ellos rompió el silencio:

—Compadrito, ¿por qué no matamos a la cabra antes de entrar al pueblo?, pos no falta, la mala gente, que corran el chisme que nos hemos robado esta cabra.
—Tienes razón, cumpita. ¡Pues matémosla!

Se apearon de las bestias, con mucha dificultad bajaron a la presa y encubiertos por el follaje verde trataron de sacrificarla. La cabra hacía vanos esfuerzos por liberarse. Sintió una rodilla maltratar su pecho, sus ojos resplandecieron como dos faroles al ver acercarse amenazante un filudo puñal que intentaba penetrar en su pecho. La cabra pataleaba desesperadamente, quería liberarse de sus captores y cuando vio acercarse la negra muerte, de su garganta brotó una dramática voz femenina:

—¡No me mate! ¡No me mateee! ¡Soy… sooyyy.. de esta vida!.

Un hilo de sorpresa invadió el cuerpo de los rudos hombres. Por un momento soltaron a su presa; pero de inmediato la fortaleza volvió a ellos, la sacudieron violentamente y una voz enérgica rasgó el aire:

—¡Quién eres, maldita! ¡Contesta! ¿Quién eres?
—Soy… soy tu comadre… Inocencia. Perdóname la vida, compadrito… perdóname…
—¡Este es un recuerdito que te dejan tu compadre, pa’ que dejes de andar de cabra, vieja cachuda! ¡agora, pídele, pues, a tu amigo el demonio pa’ que te dé otra oreja!

Los hombres soltaron a la diabólica cabra y continuaron su camino.

Mas tarde en el pueblo de Colán corría, de boca en boca, la noticia trágica de Inocencia, respetable dama que vivía en una gran mansión. Según los pobladores se decía que mientras dormía la respetable dama, un gato quebró un espejo colocado a la cabecera de su cama, un filudo vidrio cayó en su oreja y se la mutiló. La oreja cayó y daba brincos en el suelo como si tuviese vida. El gato la observaba detenidamente y pensó que era un ratón que saltaba. Dio un salto y la atrapó entre sus dientes y fugó más rápido que un rayo. Mientras tanto la señora Inocencia desangraba lentamente…

domingo, 16 de agosto de 2009

EL SÍMBOLO DE LA JUSTICIA


Muchos tenemos el ideal de que “algún día” reine la justicia en el mundo. Creo que ese es el ideal más preciado de todo ser humano. Y seguiremos esperando este caro anhelo, que data, desde tiempos inmemorables.

Tal vez alguna vez, usted querido amigo, se ha visto abrumado por una serie de acontecimientos que nos han hecho dudar que existe la JUSTICIA: “concreta y real” o, solamente, la sentimos como un concepto abstracto, inexistente, etéreo. La justicia humana desborda los límites de la subjetividad y de las más extrañas pasiones, que algunos justifica en la “condición humana” de quienes aplican “La vara de la Justicia”. Pero, esta “condición humana”, ¿les da licencia para inclinar la balanza de la justicia a favor de un pequeño grupo con poder político, económico o social? Creo que no.

Este suplicio interno me hizo pensar en el hermoso ícono de la justicia… ¿Quién lo ideó? ¿Quién lo creó? ¿Cuál fue el mensaje que su creador nos quiso transmitir? ¿Por qué una bella dama con los ojos vendados? ¿Por qué una balanza y una espada?... Estas preguntas y otras bailotean en los cerebros de los hombres del mundo. ¿Cuál será su real significado? … ¡Qué la realidad devele el enigma!


EL SÍMBOLO DE LOS SÍMBOLOS


¿Quién es el símbolo de los símbolos?...
Es una mujer de tez blanca,
curvilíneo cuerpo y ojos vendados.
Es una hermosa dama
que lleva en sus manos
una balanza y una filuda espada.

Esa dama, señores,
simboliza el pecado escrito
en las sagradas páginas del Santo Libro;
la venda que cubre sus ojos
es el símbolo de la oscuridad
que ciega la objetividad de las cosas;
esa balanza, sujeta en su mano,
simboliza al comerciante corrupto
que roba el pan de la mano del pobre.

¿Y la espada?... esa espada
es el símbolo de la maldad
y de los ríos de sangre,
que desde la raíz de la vida,
inundan a la humanidad.

Esa dama, de la que hablo hoy,
simboliza la corrupción, el pecado, la maldad;
con careta de autoridad, pureza y equidad:
Esa dama, señores,
es el símbolo de la justicia
que, hoy, ya no es justicia.

domingo, 9 de agosto de 2009

RUMBO A SU DESTINO



Rumbo a su destino es un cuento extraído de la vida real: “el trabajo infantil”. Escenificado en la zona rural de nuestro país: El campo, donde la pobreza flagela despiadadamente a los campesinos que se encuentra abandonados a su suerte, pues no hay una política gubernamental dirigida a potenciar el agro; actividad económica principal de la gran mayoría de peruanos. Esta descarnada realidad obliga a los niños a trabajar en el campo, exponiendo su vida (como es el caso que recoge este cuento); ya no hay juguetes, juegos, recreo, sonrisas, estudio; sólo hay frustración, amarguras, penas y analfabetismo de un "niño- adulto" convertido por las circunstancias de la inequidad de nuestro Estado peruano.


A continuación presento esta cruda realidad:


RUMBO A SU DESTINO

Anastasia movía el tostado, que bailoteaba en la caliente arena del rústico perol. De vez en cuando recogía leña y cuidadosamente atizaba la candela.


—¡ Nastasia, mi café!— dijo, a sus espaldas, un hombre alto, corpulento, semejante a un grueso tronco de algarrobo.
— ¡Velay, ya te despertaste desgraciáu!— dijo la mujer, volteándose para ver a su marido— ¡Ya terminaste de dormir tu borrachera, cholo borracho! ¿Y agora quieres café?... ¡Qué descaro el tuyo! ¡Anda donde “La Colana” que te dé que reventar, pos allí toititos los días te empanzas de chicha... y sábelo Dios, cómo la hace esa china sacrona!...
—¡Calla, china de m... ya vienes a joder! — expresó colérico el rudo hombre, levantando la mano amenazadoramente; pero la mujer, con la reacción de un felino, tomó uno de los leños que yacía en el suelo y se enfrentó decidida a su marido.
—¡Ay, jijuna..., caraju! ¡Pégame desgraciáu, pos ya verás!... ¡Tuavía quieres joderme! ... ¡Ven! ¡Atrévete!.

Al ver la desafiante actitud de su esposa, el hombre dio media vuelta, fugó como ratón que huye de la fieras garra de un gato.
El bullicio de la riña despertó a dos niños que dormían en el suelo sobre unos viejos sacos; el más pequeño, irrumpió en clamoroso llanto; el otro, mientras refregábase los ojos, se encaminó hacia la cocina, donde la sufrida madre tostaba los rojos granos de maíz, que reventaban en la caliente arena como camaretas en tiempo de fiesta.

— Días de Dios, ma’— saludó el pequeño.
— Días de Dios, hijo— respondió la madre.
El niño miró el iluminado rostro de su madre, que brillaba por la acción del fuego. De sus ojos azabaches discurrían pequeños riachuelos que, a su paso, mezclábanse con el sudor que emanaba de su frente.
—¿Ma’, qué te pasa? ¿Estás llorando? — interrogó el niño.
— No, no me pasa nada; sólo estoy sudando— contestó la madre, y con sus largas trenzas secó el agua que inundaba su iluminado rostro. Pero el niño, que había escuchado la discusión, comprendió con tristeza el sufrimiento de su pobre madre.
— No llores, ma’; es por mi ‘apá. ¿Verdad?
— Sí, hijo, otra vez anda en la maldita borrachera y... tuavía, el muy malo, me viene a pegar...
— No te preocupes, ‘mita, cuando sea un hombre, yo te voy a defender.
— ¡Ay, hijo, si supieras!... — la mujer se quedó, un rato, pensativa— lo que más me duele de tu papá es que no trae plata pa’ la casa. ¡Qué se cree! ¿Qué ustedes no comen?...
— ‘Mita, agora— interrumpió el niño— agora jueves reciben gente en “La Esperanza”. Voy a ir a pedir trabajo, ma’.

La madre, al escuchar las palabras de su hijo, sintió como si un rayo atravesara su cuerpo y reaccionó rápidamente.

—¡Estás loco! ¡Tuavía eres muy churre! ¿Crees que el patroncito de la hacienda te va a recibir?
—¡Ay, ‘mita! ¿Y si taitita Dios me da una ayudadita? Yo podré comprarte muchas cosas...
Así prosiguió el diálogo hasta que, llevada por la gran necesidad, la madre aceptó que su tierno hijo fuese en busca de trabajo.

­Eran las seis de la mañana del día jueves, cuando el pequeño hombre, de diez años de edad, caminaba rumbo a su destino. Sobre sus pequeños hombros descansaba una diminuta alforjita que albergaba, en su interior, un pedazo de caballa, un limón y una bolsa de tostado. Así avanzaba presuroso a la hacienda “La Esperanza”. Poco a poco se fue internando en la huerta de cocoteros que rodeaba la casa hacienda y divisó un mar interminable de sombreros blancos que desfilaban frente al capataz. Éste repartíalos a diferentes direcciones y desplazábanse como una serpiente por el camino que los conducía a los diferentes sectores agrícolas de la hacienda “La Esperanza”. Cuando el capataz quedó solo, el pequeño hombre se acercó a él y suplicante dijo:

—¡Días de Dios, patroncito!
—¡Buenos días, hijo! ¿Qué quieres?
—¿Nuay un trabajito pa’ mí, patroncito?

El capataz levantó, con el índice, el enorme sombrero que cubría su cabeza; miró fijamente al pequeño y exclamó:

—¿Tú quieres trabajar? ¡Pero si tuavía apestas a teta! Además, en el campo, nuay trabajo pa’ ti; todos son para hombres...
— Patroncito, cualquier cosita hago yo— el pobre niño cayó de rodillas y suplicante se aferró de las piernas del jefe— ¡Por mi taitita, ayúdeme, patroncito! ¡Ayúdeme pa’ llevarle “medio” a mi ‘amá!
Conmovido, el capataz, por los incesantes ruegos del niño, se quedó pensando...
— Creo, que hay algo pa’ ti— dijo, mientras posaba su callosa mano sobre el hombro del pequeño— ¡Párate, hijo! No te preocupes, desde horita ya eres “comidero”. Escucha bien, a las once de la mañana vas a recoger los “ranchos” del Vicente Paico, del Aniceto Vite, del... --Así fue enumerando los nombres de los campesinos a quienes debería llevarles el almuerzo.

A las once de la mañana, el pequeño hombre cabalgaba, por un angosto camino, rumbo al “32” como así se le llamaba a ese sector agrícola de la hacienda “La Esperanza”. Al llegar allí, se apeó y sobre sus hombros cargó las alforjas y encaminóse hacia donde los arqueados cuerpos de los peones movíanse al compás de las palanas, que cortaban la mala hierba que crecía entre el blanco pima; acto que fue interrumpido por el pequeño “comidero”, quien repartió los almuerzos a cada uno de sus dueños. Pero quedó una alforja: era de un chofer de carterpillar que estaba gradeando en el “33”. El muchacho montó a su mula y encaminóse rumbo a su destino...

La máquina avanzaba sobre la dura arcilla que gemía al sentir el filo de los pesados discos. El maquinista movía una palanca, jalaba otra y así hacía mover la pesada máquina y cuando el chofer divisó la figura del pequeño “comidero”, de detuvo bruscamente.

—¡Oye, churre, deja la alforja en la acequia y ven pa’ca.
El niño cumplió la orden y dirigióse hacia el carterpillar.
—¡Días de Dios, patroncito— dijo el niño, mientras se sacaba el viejo sombrero de junco en señal de respeto.
—¡Buenos días! ¿Cómo de te llamas?
— Mateo, Mateo Yovera, patroncito.
— ¡Ah! ¿Eres hijo del cholo Estanislao?
— Sí, patroncito.
— ¿Quieres ayudarme?
— Cómo usted lo ordene.
— Pues ven ¡sube!— le ordenó.

El niño subió a la máquina que rugía como una fiera.

—Párate, allí, cerca de la grada— ordenó el chofer— agárrate fuerte en ese fierro y vas a ver, por si al caso, se atraque algún terrón en los discos de la grada, entonces me avisas.

Nuevamente el animal metálico reanudó su trabajo, desgarrando el duro barro que hacía tambalear a la pesada máquina.
— Oye, Mateo, ¿tu padre te ha mandáu a chambiar? ¿Sí o no? ¡Oye, churre! ¿No escuchas? ¡Responde!...

El maquinista pensó que el ruido de la máquina no dejaba escuchar al pequeño hombre. Volteó ¡Qué terrible! Mateo no estaba en el lugar encomendado. Bruscamente la máquina se detuvo y bajó: Su rostro palideció, su cuerpo empezó a temblar, sus pies flaquearon y se negaban a sostener el peso de su cuerpo: ¡Oh, qué desgracia! Los filudos discos de la grada estaban teñidos de púrpura. El pobre hombre, buscó desesperadamente entre los discos... y nada. En su mente enturbiada martillaban mil cosas. Miró a todos lados, estaba como un loco. Corrió en dirección por donde habíase desplazado el animal metálico. Vio terrones manchados con espesa sangre. Por allí encontró una mano; por allá, una pierna; más allá la cabeza destrozada; por allá, los intestinos regados sobre los grandes trozos de arcilla. El pobre hombre recogía cada una de las mutiladas partes del infortunado niño, en su mente trastornada cobijaba la idea de darle vida a aquel destrozado cuerpo que yacía sobre las fértiles tierras del siniestro “33”.—¡Aaaaaaaayyyyyyyy, aaaaaayyyyyyy, Diooooosssss míooooooo! ¿Pooorrrr quéééé´? ¡Por qué, Dios mío! — de rodillas, el maquinista, imploraba al cielo. De pronto púsose de pie y corrió furioso hacia la máquina asesina y estrelló sus puños contra ella, una y otra vez, hasta sangrarse, quería destrozar aquella máquina asesina. Y, como impulsado por un rayo, volteó y miró fijamente el cuerpo mutilado del pobre niño y salió corriendo, veloz como un venado, por el zigzagueante camino que conduce al pueblo...